lunes, 11 de agosto de 2008

Editorial





En nuestro editorial anterior dejamos en claro que como consecuencia del apoderamiento por parte del oficialismo de la Presidencia del Congreso (PC), no existe en el país oposición. Y las cosas van de mal en peor.

La última batalla que le tocaba librar a la oposición era la posesión de la Comisión de Fiscalización del Congreso. Como sabemos la ínfima oposición que hasta hora ha tenido este gobierno, ha provenido sobre todo del Partido Nacionalista (PN) y de Unión por el Perú (UPP). Recordemos que su suma no logró competir con la opción oficialista (con 66 votos a favor) en la elección para la PC. Lo lamentable en realidad, es que UPP no demostró en ese entonces ser un partido uniforme al otorgarle algunos de sus votos a Javier Velásquez Quesquén, demostrando de este modo el poco acuerdo que existe entre sus integrantes y una ideología contradictoria.

Las consecuencias de esta falta de concierto en sus filas desembocaron en una división. UPP ya no es UPP. Tal vez nunca lo fue. UPP se partió en dos literalmente (cada parte se quedó con 8 integrantes): un grupo que conserva el nombre del partido de origen y otro que se autodenomina Unidad Patriótica Peruana-Bloque Popular, nombre sugerente que parece aludir a otro UPP equivalente al anterior. Sin embargo el nombre es lo de menos; debía tener cualquier nombre que le confiriera unidad y no lo ridiculizara políticamente frente a los demás partidos.

En consecuencia, no le dieron la Comisión de Fiscalización a UPP, sino a lo que quedó e ella. Peor aún. Se la dieron a la parte de UPP que es complaciente con el oficialismo, encabezada por el suspendido José Vega, por haber contratado en su despacho a su nuera Susana Silva Paz, que nunca fue a trabajar.

Es así que la Comisión de Fiscalización que representaba el último aparato para el equilibrio del poder en el Congreso, ha caído en manos del oficialismo. Con esto ya no existe definitivamente oposición en el Congreso, no sólo en lo que respeta a representatividad sino sobre todo a su participación efectiva como ente regulador del presente gobierno, lo que determina por lo menos un modelo antidemocrático en nuestro país .

Sin oposición al Ejecutivo y sin oposición dentro de un Parlamento oficialista, el equilibrio de poderes y con esto, la democracia en el Perú, han sido vulnerados. Todo esto en sólo dos años de Gobierno. Quedan tres sometidos a la incertidumbre de no poder ponerle peros al actual régimen y al peligro potencial de una nueva dictadura.




G. P.

Catarsis

CRÓNICAS CRÓNICAS











Por Abel Peralta Quiroz
Comentarios:
mr.ritchmond@hotmail.com








I
Me contó aquella extraña anécdota suya una madrugada de febrero en el Gato Negro, con más de diez botellas de cerveza vacías sobre la mesa e incontables colillas de cigarrillos Mr. Ritchmond aplastados en el cenicero, cuando la densa oscuridad de las noches de verano empezaba a desvanecerse hacia un púrpura platinado en el firmamento sin luna ni estrellas, y acaso un gallo desvelado cantó en el techo de algún edificio cercano. Al volver a casa, todavía muy obnubilado por los deliciosos efectos secundarios del alcohol, lo escribí de un tirón en un pedazo papel que arranqué de un viejo cuaderno que encontré en el baño, con letra ambigua y ortografía de camionero, para que, en los delirios del sueño que estaba a punto de derrotarme, no se me perdiera ningún detalle o éstos no se enredaran con otros que nada tenían que ver (aunque en el transcurso de los meses que preceden a esta publicación he llegado a la conclusión que por más esfuerzos que uno haga, la memoria siempre se queda con los mejores trozos de nuestras ideas). En los días siguientes le di mil vueltas al borrador en bruto, lo giré al derecho y al revés, probé empezar por el final y terminar con el inicio. No funcionó. Lo volví a su posición inicial y volví a escribirlo todo en primera persona (un recurso fácil que utilizo siempre para no enredarme con los avatares del tiempo y espacio). Luego lo dividí en cinco partes desiguales (otro recurso fácil que utilizo siempre porque no puedo sostener la secuencia de hechos de un relato por más de una página), como suelo hacer con las crónicas que escribo para Cambios, reescribí el final porque no terminaba de convencerme el que me había dictado el propio protagonista. Eliminé sin miramientos algunos párrafos que sobraban y otros que no encajaban con el estilo que quería imprimirle al texto. Consulté en el diccionario ciertas palabras simples para eliminar las redundancias ociosas de las que por lo general abundan en mis escritos pues no soy un experto con la retórica. Con no poco esfuerzo logré terminarlo en dos semanas de aislamiento absoluto, y cuando volví al mundo, se lo mostré a Gabriel mientras tomábamos sendos vasos de licor barato en un sucio bar del óvalo de Santa Anita. No le gustó, además según me dijo “no es un cuento creíble” y mucho menos podría ser un testimonio fidedigno de un tipo descarriado. Entonces no me quedaron dudas: Era la historia que había estado buscando por muchos años desde que me dedico al triste oficio de escribir. Volví al bar el sábado siguiente, tratando de encontrarle un título que vaya a tono con el texto, en medio del calor del contagioso alboroto de los numerosos obreros de construcción del barrio que, cayendo la noche iban al bar a refrescar sus fatigados cuerpos; lo encontré dos cervezas más tarde, en una brillante frase de un viejo concurrente que reaparecía después de meses de ausencia, tras escapársele por poco a la muerte, y le dijo a sus camaradas inflado de orgullo: “Puta madre, yo ya estaba muerto”. Exactamente una semana después lo tuve listo y con el tiempo vencido, se la envié a Ernesto, responsable de edición de una revista limeña en la cual escribo una columna mensual, más por quitármelo de encima (porque cada día que pasaba me parecía menos bueno de lo que creí en un inicio, y la idea de tirarlo definitivamente al bote de la basura empezaba a rondar) que por expectativa de podía generar en los escasos individuos que se pueden dar el lujo de quitarle tres cervezas a su fin de semana para comprar un semanario tan pobre, y sentirse un poco más ilustrados.

II
Nos conocimos meses atrás en la sucia barra del bar Azul, de la Avenida Arenales, a la cual solíamos ir a beber solos porque ninguno de los dos tenía amigos, y desde el primer momento que cruzamos palabra supe que nuestras historias estaban unidas indefectiblemente por el mismo cordón umbilical del fracaso. Entonces yo acaba de abandonar la facultad tras dos meses de farsa impuesta (absolutamente convencido de que no servía para nada en el mundo que no fuera escribir, leer literatura de la mala y tomar cerveza o vino los sábados en el Melonio), y él, (a quien todos llamaban con su viejo alias de perro callejero: “Colita”) de fugarse de la correccional, donde pasó toda la adolescencia, a donde lo envió su padre tratando de regenerarlo por la fuerza de sus hábitos de perro vagabundo y su adicción al alcohol y las drogas. Dos meses después aún no tenía decidido qué carajos hacer con su bendita libertad después de haber peleado tanto hasta conseguirla sobornando a sus carceleros. No fue difícil congeniar pues en el fondo éramos la misma persona doblada y puestos por dios en dos contextos opuestos, pero predestinados a encontrarse en sus respectivos peregrinajes hacia la nada. A pesar de ser un muchacho inculto tenía gran aprecio por la lectura y siempre que nos encontrábamos para tomar un par (o más) de cervezas en la barra le llevaba un ejemplar de la revista, con mi crónica en la página 25 (la última, cómo no) que luego me comentaba con gran entusiasmo. Tenía en mente habla hacer algo con lo poco de su agitada vida que me había ido contando a lo largo de nuestra amistad, y aunque se lo había comentado, nunca había pensado seriamente en ello, y mucho menos había escrito siquiera un párrafo de borrador, porque lo veía como un proyecto futuro que parecía no tener fecha de inicio (al menos por el momento). El día que le mostré el primer borrador con el relato de su épica hazaña, que incluía (como el Mesías), muerte y resurrección, quedó tan fascinado que me ofreció una cerveza, que acepté de buena gana a pesar de estar con prisa pues me iba a la embajada a renovar mi pasaporte. Me prometió seguir contándome de a pocos la saga completa de su caótica vida (que incluían, para avivar el morbo de los lectores, las oscuras travesuras sexuales de su antigua pandilla en pleno con un seudo periodista que entonces era reportero, y hoy frente a las pantallas funge de moralista y protector de la infancia perdida). Le prometí escribirlas todas e ir publicándolas una a una en la página veinte (la última, cómo no) que me habían asignado. Me apresuré a despedirme porque venía bastante retrasado y él, volviendo la cara para auscultar las exuberantes posaderas a Julia, la camarera, que en ese momento se iba a la cocina, me dijo sin mirarme.

- Y vamos a medias, compañero.

III
Como la historia no fue publicada en la revista (y no es que yo perdiese el tiempo leyendo aquel tabloide en el cual escribía sin mayor inspiración que el dinero, sino que nunca me llegó a casa el sobre con los ciento veinte soles que teníamos acordado por cada columna de una página y media), fui a hablar con Mario, que, a la renuncia de mi buen amigo Enrique, acababa de ascender al puesto de director. Me recibió en su casa, vestido de fiesta, con un gran vaso de whisky en la mano, y la misma sonrisa hipócrita que siempre solía regalarme cuando nos cruzamos en los pasillos de la redacción (porque hoy que escribo esto para otra absurda publicación y no tengo ninguna atadura moral que me impida hacerlo, puedo decir sin temor a equivocarme, que nunca me quiso como columnista en su revista); me invitó a tomar un trago, que no rechacé no tanto porque disfrutara de su compañía como sí del fino licor que siempre tenía en sus repisas. Luego trajo una botella de vino y continuamos bebiendo y conversando como nunca habríamos de beber y conversar nunca más. Hacia las once de la noche, cuando habíamos hablado de todo menos del asunto por el que había ido a visitarlo, tomé la decisión de entrar a velocidad peligrosa por la pendiente de nuestras diferencias que, habiendo madurado por meses hasta volverse insufrible, y ahora terminaban con una artera censura definitiva que no esperaba (ciento veinte soles menos a mis exiguos ingresos era algo inesperado desde todo punto de vista). Me armé de valor para mirarlo de frente, con todo el desprecio que sentía por él y su ridícula publicación, antes de preguntarle a quemarropa: “¿Qué pasó con mi columna?”:

- No podíamos publicarlo como está. – Me dijo de saque, dejándome en claro que no había marcha atrás a la decisión de su comité editorial, que acaso me odiaba más que él mismo y por lo mismo ahora estarían celebrando mi, lo mismo que abrupta, previsible, salida.

- ¿Y por qué no? Nunca han puesto objeciones a mi columna y la única condición con la que entré a la revista fue la libertad para escribir lo que me viniera en gana. - repliqué tratando de explicar las (ahora) caducas condiciones bajo las cuales fui integrado al staff de escritores del entonces novel proyecto literario de Enrique.

- A mí personalmente me agrada cómo escribes y me gustaría que te quedaras, pero ahora tenemos otras perspectivas… digamos un tanto mediocres para tu enorme talento.

Podía notar en su rostro toda la hipocresía posible (esta vez sin disfraces pues el alcohol nos había despojado de aquellos recursos de cortesía que siempre usábamos para tratar de sobrellevar una interminable guerra fría que se había extendido por dos largos años, y que ahora, ungido como la cabeza de la publicación, tenía en sus manos mi destino). Él continuó aun:

- A menos que lo reescribas en tercera persona y le pongas algunas objeciones al comportamiento de tu protagonista… no sé si sepas, pero estamos pensando en ampliar nuestra distribución a un público más diverso y comprenderás que…

- No soy Carlos Cuauthémoc, a Dios gracias. – Repuse furioso, dejando caer sobre la mesa el vaso, cuyo contenido saltó por encima del borde, mojándome los pantalones e inundando el piso bajo mis pies.

- Pues no estaría mal que ensayaras algunos como los él – Nos sería de muchísima utilidad en esta nueva etapa que estamos empezando - replicó con una sonrisa de burla.

- Ese tío escribe huevadas– alcancé a decir antes de levantarme indignado y abandonar la habitación, tambaleándome, en medio de un estallido de improperios que hoy prefiero olvidar. En la sala tropecé con mono disecado sobre una base de madera, y lo pateé fuerte contra la pared antes de abrir la puerta, salir, y cerrarla violentamente. El viento glaciar del invierno limeño entró por mis fosas nasales, abriéndose paso a puñaladas por mi tráquea, e inundando de fresco aire mis arruinados pulmones.

IV
Caminaba de regreso a casa arrastrando los pies y zigzagueando, desde el paradero de la línea 79. Entre las brumas de la embriaguez era consciente que acababa de darme nuevamente contra un portón infranqueable y era hora de empezar de cero, aunque no tenía una remota idea del cómo ni dónde. A un lado de la carretera, desierta a esas horas, un gato negro tomaba agua de un sucio charco que se había formado en una leve depresión del suelo, con el agua de la copiosa lluvia que había caído a la tarde. Estaba en mangas de camisa y temblaba, aunque eso poco me importaba porque la calentura que llevaba encima estaba terminando de cocerme a fuego lento. El gato alzó la cabeza y me miró fijamente. Le sonreí buscando en sus enormes ojos esmeralda, algún rastro de complicidad. Se volvió, indiferente. Hundió nuevamente el hocico en el charco y se echó un sorbo más antes de alejarse corriendo junto a las vías del tren, hasta desaparecer en la más completa oscuridad detrás del desierto hangar donde algunos años antes la pandilla del “Colita” se refugiaba para beber y drogarse, y fornicar toda la noche por unos cuantos pesos (para seguir bebiendo y drogándose) con el insaciable reportero (y hoy periodista) homosexual. En el fondo me sentía feliz de que no me hayan censurado en la mugrosa revista de Mario por ser un mal escritor.


Las cosas que no pasan




Una vez más arana*, Alan García




Por Martín Barrera Tello
Comentarios: marbarrera@gmail.com









De un tiempo a esta parte nuestros políticos parecen hacer hasta lo imposible para convencernos de su falta de vergüenza. Primero, el oficialismo y el fujimorismo (con un descarado cinismo) tranzan por debajo de la mesa para ganar la Presidencia del Congreso. Luego los perdedores, que nunca pudieron consolidar una oposición cohesionada, forman pequeños grupos en el Legislativo con la finalidad de alcanzar por lo menos la presidencia de alguna de las comisiones para el siguiente periodo parlamentario. Después, el Presidente García presenta un mensaje lleno de cifras tan abstractas como las ciencias matemáticas, olvidando tal vez que somos los últimos en Latinoamérica en esta rama del conocimiento.

Lourdes Flores por su parte, dice que García es el “presidente de los ricos”, además de una serie de acusaciones que no le sirven de nada en el ajedrez de la política nacional. Alberto Fujimori celebra su cumpleaños con un exclusivo concierto en su celda dorada a vista y paciencia (y tal vez consentimiento) de las autoridades del INPE del gobierno aprista. De Ollanta Humala mejor ni hablar, porque su silencio es casi tan imperceptible como su participación en la escena de la opocisión. Y a Antero Flores Araoz se le olvidó de la noche a la mañana su intención de apresar a la bailarina que posó desnuda con la bandera, en un ataque de amnesia sólo comparado con el de aquel congresista que en el pasado fue ácido crítico de García y ahora forma parte de su Gabinete en la Cartera de Defensa.

A la Ministra de Transporte las decenas de muertes en las carreteras peruanas parecen no hacerla pensar en una renuncia al cargo, al igual que hace casi un año cuando todo el Perú vivió el colapso del servicio de telefonía celular y ella seguía en su oficina como si nada hubiera pasado; mientras Luis Alva Castro se mantiene más seguro que nunca en el Portafolio del Interior, para peligro de quienes transitamos a diario por las calles de Lima y el país. Por si fuera poco, Agustín Mantilla demuestra el poder que aún tiene frente al presidente García, y coloca a un amigo suyo en uno de los puestos claves del gobierno. Y él, al igual que quien lo recomendó, es un personaje que no se caracteriza por su ejemplar trayectoria como funcionario sino que, para no desentonar con todo lo antes mencionado, es un digno representante de nuestra actual clase política.

Su nombre es Carlos Arana Vivar y es el flamante director del Fondo de Compensación para el Desarrollo Social (Foncodes). El mismo que fue viceministro de Construcción y Saneamiento y sólo permaneció en el cargo 48 horas; y que meses después fue designado jefe del programa Agua para Todos, donde no pudo permanecer más de dos semanas, ahora será el encargado de manejar el gasto de los programas sociales del gobierno. No es un técnico especialista en este tipo de gestiones sino un militante aprista con mucha influencia en el partido, razón tal vez más que suficiente para volverle a dar una tercera oportunidad en el régimen de Alan García.

¿Pero su nombramiento es una casualidad o el respaldo a su capacidad? Que Arana Vivar sea militante del partido de la estrella echa por tierra la posibilidad de que su elección haya sido un albur. Por otra parte, la acusación que le hizo el Consejo Superior de Contrataciones y Adquisiciones del Estado (Consucode), cuando la empresa que el representaba usó documentación falsa para renovar su inscripción como ejecutora de obras y participar en las licitaciones del Estado, pinta de cuerpo entero su proceder como empleado público.

Arana no cuenta con todos los requisitos que un funcionario debe tener, pero es aprista. Tal vez no sea su especialidad manejar presupuestos, pero conoce a la perfección las estrategias para manejar masas y campañas en una época en la que ya no falta nada para el periodo de elecciones presidenciales. En sus manos estará terminar de sensibilizar a las personas que se benefician con los programas de asistencia social del Estado.

Y la Ministra de la Mujer, de cuya cartera depende Foncodes, sólo observa. Susana Pinilla saluda el nombramiento de Arana, y dice que es la persona más capacitada del grupo de candidatos que podría ocupar la jefatura de esta institución. Otra mentira. Y Alan García, que durante los últimos días se deshizo en halagos para este personaje durante una inauguración de obras, cree que los peruanos no tenemos memoria.

Las cosas no han cambiado mucho, pero dicen que el Perú avanza. Un arana* más de nuestro presidente.


*arana.
1. f. Embuste, trampa, estafa. (DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición)

Mundo de Palabras

Las increíbles aventuras de un súper perro tercermundista.
O, simplemente, mi mascota Rinti









Por Alex Alejandro (invitado)


A Martín B.,
por hacerme recordar el placer
de una crónica bien escrita.


Rinti era un perro que no tenía raza definida. Era una mezcla entre pastor alemán y algún otro perro de pelo corto. Sus orejas se alzaban levemente con el llamado de mi padre y su cola golpeaba el piso después de escuchar los platos que mi madre llevaba a su balde de comida. Rinti tenía pelo muy corto y en su lomo grandes manchas de colores negro y mostaza oscuro, y en su hocico pelitos blancos como barbas de un anciano o un filósofo de Oriente. En resumen Rinti era como un hermano que los dioses convirtieron en perro para que nos cuide.

Desde que tengo uso de razón siempre ha estado presente Rinti, siempre cuidando la casa y cuidándonos a nosotros y lamiendo mi rostro. A veces lo recuerdo y cierta nostalgia me invade y es cuando extraño sus ladridos, y con ello los momentos felices de mi infancia. Recuerdo que me gustaba levantarle las patas delanteras para que camine mientras me mordía levemente las manos, que soportaban el peso de una felicidad mutua entre un niño y su perro.

A veces sus ladridos me ponían triste pues acompañaban las peleas en mi casa. Yo asustado siempre iba donde él y le contaba mis cosas, sobre las niñas que me gustaban, de mi malas calificaciones y de los miedos que me seguían. Una noche mis padres que normalmente llegaban a casa a las siete tuvieron un accidente. Yo estaba solo, esperándolos como siempre mirando los minutos faltantes para recibirlos junto con Rinti. Pero esa noche llegaron muchas horas después. Entonces me vi solo y asustado e hice lo que todo niño de ocho años haría en mi lugar. Comencé a llorar desesperadamente.

Recuerdo estar abrazado con Rinti mientras lloraba e imaginaba los más crueles finales a mi historia de niño de ocho años. Rinti solo me lamía el rostro como limpiándome de las tristezas y del dolor producidos más por mi imaginación que por la realidad. Esa noche lo abrace tan fuerte y con tanto amor que sentí que de algún modo me estaba hablando y consolando. Pasadas las horas mi padre me despertó del suelo donde me había quedado dormido con mi perro. Abrí los ojos lentamente y vi a mis padres y a Rinti y entonces volví a dormir pensando que mi perro era un superhéroe y que fue a rescatar a mis padres de los peligros a los que estaban expuestos por lo que no podían venir a ver su último hijo que moría de miedo y tristeza.

Cuando tenía entre cuatro y seis años intenté montarlo para jugar a los caballeros de la mesa redonda, donde yo sería el rey Arturo y él mi fiel corcel; pero siempre se echaba pues no soportaba tanto peso. Entonces me alucinaba He-man y con un palo de escoba que utilizaba muy bien de espada, le daba poderes increíbles y se transformaba mismo Gringer en una cruel fiera que lucharía conmigo contra las fuerzas malvadas de Esqueletor. Para mí, mi perro era sencillamente lo más grande que tenía.

De niño había escuchado decir a mi madre que Rinti le salvó la vida a mi hermano, un día en que lo estaban asaltando con una pistola a unas cuadras de mi casa. Dicen que mi perro se volvió loco y comenzó a golpear la puerta para que lo dejen salir y al abrir la puerta pensando que quería orinar, Rinti fue corriendo hasta el lugar del asalto donde mordió al ladrón y dio libertad y tranquilidad a mi hermano mayor. Mi madre le dio ese día un pollo a la brasa entero y su hazaña fue tema de conversación durante muchas semanas después.

Super perro

Si superman era vulnerable a la criptonita, Rinti lo era al sonido de los fuegos artificiales. En épocas navideñas y de año nuevo era imposible ver a mi perro en la calle. Su único lugar era bajo la cama de mis padres. Ahí siempre se quedaba, temblando, aterrado y con la mirada extraviada en la oscuridad del cuarto. A pesar de todo nunca dejé de admirar a mi perro por su valentía y amor a las cosas. Creo que todo tenemos derecho a no ser valientes en todo.

Hablando de derechos, creo sin temor a exagerar que no todos debemos tener como perro modelo a Lassie. Creo que la perfección de mascota me parece hasta patético. Mi perro Rinti no tuvo un pelo radiante agitado por ventiladores, no iba corriendo para llegar en el momento justo para salvar una vida, no comía alimento especial de nombres extranjeros y mucho menos nunca recibió una distinción por mi sociedad o por mi calle de cuatro casas; pero mi perro no necesitó ninguna de estas cosas para sembrarse en mi corazón de chibolo y retoñar en palabras o intentos de crónicas o relatos.

Mi perro Rinti tenía un parecido físico a la famosa estrella de Hollywood llamado Rin tin tin, quizás por eso el nombre con que fue bautizado sin misa y sin agua bendita. Aunque pensándolo mejor, Rin tin tin en sus mejores tiempos tenía cierto parecido a mi perro. Así esta mejor. Estas estrellas por muy animales que fuesen siempre se creen superior a uno. Ahí encontramos a los modelos de toda índole (humanos, animales, humanos animales y animales humanos).

Hace algunos meses vi algunas películas sobre un perro bombero, un súper perro y perros que protegían al mundo de una manera incubierta de los malignos gatos que querían conquistar la raza humana. En realidad existen una infinidad de películas sobre perros, ¿pero cuántos perros merecen ser el personaje de sus propias historias en el cine? Me parece haber leído que hasta los perros tienen extras, lo que me parece increíble y creíble a la vez, y es que en este mundo uno ya puede creer de todo y a la vez de nada.

Entre lo perros más famosos se encuentran Rin tin tin, Lassie, Pluto, Scooby do, Bongo (de Los Dálmatas), Astro (de Los Supersónicos), Bandido (de Johny Quest), Barn (Enemigo del Gallo Claudio), Beethoven, Benjuí (perro bombero), Can Can (Perro de los Niñonautas), Charlie (perro de Porky), Dun Dun (ayudante de la tortuga Dartañán), Dino (de los Picapiedra), Droopy, Snoopy (de Charle Brown), Goofy (Tribilín), Hukcleberry, Hush Puppies, K-9 (compañero de Intergaláctico), Odie (de Garlfield), Patán, Pulgoso, etc, etc, etc ...

La cantidad de perros es interminable, cada uno con su propia historia y sus propias formas. Desde los mas inteligentes hasta los más monses, desde los más buenos hasta los más malos, siempre pendulan en sus polos opuestos más vendedores. Pero creo que por más famosos y lindos y perfectos que sean los perros de la Tv, yo siempre seré fanático religioso de mi querido perro Rinti que hoy descansa en la omnipresencia forma de la muerte.


Errar es de humanos, no de perros

Mi perro ayudaba a mi mamá a levantar la canasta de víveres con su hocico mientras ella iba corriendo para poder alcanzar al carro que siempre paraba y pisaba para arrancar antes que el pasajero suba. Mi perro siempre acompañaba a mi padre todos los días en las madrugadas-mañanas cuando iba al trabajo. Mi perro daba la mano y hacía pechito pechito (acto de poner sus patas delanteras en el pecho de uno), y tocaba la puerta para entrar y para salir. Mi perro se peleaba para defender a otros perros más pequeños. Mi padre y mi perro tenían enemigos comunes por así decirlo, el vecino y el perro del vecino.

Yo creo que errar es de humanos y no de perros. Hasta donde recuerdo mi perro nunca cometió falta alguna; pero nosotros sí. Cuando llegaba un nuevo perro a mi cada todos nos centrábamos en el cacharro y dejábamos de lado al viejo Rinti, y el colmo fue que cuando de viejo el necesitaba más nuestra ayuda y no nos dimos cuenta de lo urgente que era. Mi perro estaba enfermo y se estaba muriendo. Un día salió para no volver. Un día dejamos de escuchar sus ladridos para extrañarlos para siempre. Un día nos dimos cuenta que la familia no estaba completa y es cuando nació su leyenda para entrar a un imaginario colectivo de sobrinos, nietos y familiares.

Aunque haya pasado muchos años, quisiera decirte Rinti que tú eres la estrella principal de la película de mi infancia, y que hasta ahora no me perdono haberte dejado ir sin saber nada más de ti. Gracias por escogerme para ser tu amigo. Gracias por tus lambidos que fueron como abrazos. Gracias por todos tus ladridos.

Lima, 6 de Agosto de 2008
00:58am




Curso de Sabiduría



CURSO DE SABIDURÍA DE LA ESENCIA : CLASE 11












Por Fabrizio Davelouis Valega
Comentarios a:
fabrizioemptiness@hotmail.com








Teoría [principio] y realidad:

La teoría se abstrae de acontecimientos de la realidad, pero la teoría no es la realidad.

Condiciones que transforman una teoría en realidad:

[1] Condición Inicial.

[2] Condición Terminal [meta o propósito].

[3] Condición Constitutiva.

[4] Condición de Límite.


FIN DEL CURSO DE VIDAOLOGÍA




















Ostracismo

El deseo y el pensamiento









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com









Este artículo tiene la intención de que nuestros lectores conozcan qué aspectos del deseo y del pensamiento son negativos en nuestra vida diaria y cómo aprender a reconocerlos y manejarlos, de tal modo que podamos estar sobre ellos y no dejarnos manipular por los mismos.

Antes de empezar la reflexión en sí tenemos que concordar en que tanto el deseo como el pensamiento proceden de nuestro interior, de nuestra psiquis, y allí se desarrollan. Por tanto es aquí donde hay que atacarlos, no en otro lugar.

I) El deseo

“Movimiento del alma que aspira a la posesión de alguna cosa”. Esta definición común del término nos permite darnos cuenta de inmediato que el deseo trae de por sí una idea trastocada, es decir, que es un mal inventado. Su concepción no tiene pies ni cabeza. Es de esperar que si deseamos algo, el alejamiento o acercamiento de ese algo determinará nuestro estado de ánimo. Entre más cerca esté más felices seremos; entre más lejos, más infelices. Es así que nuestro ánimo dependerá de algo exterior a nosotros. Aquella felicidad y aquella infelicidad en verdad, no existen, son ficticias. Si nuestra tristeza y alegría dependen de la obtención de algo exterior, nunca podremos estar satisfechos, siempre seremos desdichados y sufriremos. Es de la idea de posesión de la que debemos despojarnos. No poseemos nada que no tengamos.

II) El pensamiento

En cuanto al pensamiento, todos sabemos más o menos lo que es, aunque muchos equivocadamente lo equiparan a la razón. Pero lo cierto es que el pensamiento puede darse sin razón. El devenir de las ideas es algo inevitable. El razonamiento, en cambio, es impostado, manejado por la voluntad.

Justamente ese es el inconveniente del pensamiento que no tiene nada que ver con la razón y la lógica. Es completamente irracional y obedece muchas veces a los impulsos del subconsciente. Antes del pensamiento está la sensación, que nos transmite de forma espontánea la información del exterior. El problema empieza cuando esta información llega al pensamiento y éste emite un juicio o interpretación al respecto. Este juicio puede contener razón o ser erróneo. Es este último pensamiento el que nos preocupa. Es el juzgamiento equivocado de la realidad el que nos trae consecuencias nefastas. La ignorancia o la mala interpretación nos conducen al error y por tanto a la infelicidad.

III) Análisis

Es necesario aclarar que uno no puede eliminar o deshacerse del pensamiento o del deseo (según sea su caso). Uno puede tomar conciencia de ellos, manejarlos, moderarlos: sólo eso. En ese sentido, el pensamiento y el deseo son ineludibles y por tanto intrínsicos al hombre. Mientras seamos seres pensantes y no podamos evitar el simbolizar, ese será nuestro sino. Es paradójico, por cierto, el hecho de que el pensamiento y el deseo puedan en ciertas circunstancias, perjudicar al hombre a pesar de ser propios de él y que con la razón e incluso, con el propio pensamiento, tengamos que controlarlos, interponiéndonos en su actuar.

IV) Conclusiones

Sobre el deseo:

Debemos comprender que no hay una separación real entre nosotros y el exterior, que en ese sentido, no debe haber frustración alguna, pero, a un mismo tiempo, que el libre albedrío o la conciencia están en todas las cosas del mismo modo como en nosotros, y que, desde esa perspectiva, las cosas no le pertenecen a nadie más que a sí mismas. Si tenemos claro este hecho, entonces nos podremos dar cuenta de que todo deseo insatisfecho nos llevará a un desequilibrio vano, porque en realidad no hay nada lejos de nosotros ni que debamos perseguir. Toda cosa es parte de nuestra realidad pero a la vez conserva una independencia interior.

Sobre el pensamiento:

No hay que olvidar su diferencia con la razón. Casi ningún juicio inmediato que hacemos de las cosas es acertado o equivalente a ellas. La experiencia pura, que nos conecta por lo menos con la materialidad de todo lo que nos rodea, se queda en las sensaciones. El pensar es sólo una interpretación que hace nuestra conciencia sobre las cosas o hechos que afectan nuestro ánimo. Hay mucho de irracional en él, tanto antes como después de discurrir. Un hecho pasado o un prejuicio pueden tergiversar la imagen que producen en nuestro interior las experiencias. La razón y la lógica, como parte del pensamiento, sólo deben actuar con el fin de conceptualizar, de darnos conocimientos acerca del mundo, de tal modo que podamos manejarnos mejor en él.

V) Colofón:

De estas reflexiones quedémonos con la verdad de que lo irracional y lo racional conviven en el hombre. No podemos deshacernos de ellos pero sí controlarlos, pulirlos: en el caso de los deseos, limpiarlos de las ideas equivocadas; en el del pensamiento, limpiarlos de los juicios errados (que sólo nos llevan al yerro y al sufrimiento). Puliendo estos dos aspectos de nuestra naturaleza, experimentaremos el verdadero sentido de la autonomía y de la sabiduría humana.