domingo, 29 de junio de 2008

Editorial

EDITORIAL




El Primer Ministro Jorge del Castillo probablemente dirá en los próximos días que la CGTP (Confederación General de Trabajadores del Perú) se rehusó a dialogar con él y que hizo todo lo posible por evitar el paro del 9 de julio. Su único objetivo: dejar bien parado al gobierno y echarle la culpa de todo a la oposición, la izquierda y el pueblo. Todo es mentira. Jorge del Castillo dice que conversó con los promotores del paro y llegó a un acuerdo con ellos. Falso. Los gremios sindicales que prometieron el viernes 27 del presente no asistir a esta paralización no son los que la propusieron.

¿Con quiénes se reunió el Premier? ¿Qué intensión va a tener de dialogar si no habla con los verdaderos protagonistas del hecho, si no escucha sus demandas? Su única intención parece ser la de simular un acuerdo inexistente y vernos la cara.

Miente también del Castillo cuando afirma que el presidente no pudo estar en la reunión porque en ese momento se encontraba en provincia. Estuvo sí, en Huancavelica, pero en la mañana, no en la tarde, hora en la que se dio la cita con los gremios. Un medio impreso informó que Alan García prefirió reunirse con empresarios mexicanos en Palacio de Gobierno, dato que no nos sorprendería para nada.

Entonces ¿Qué pretende el Primer Ministro? ¿Por qué miente? Otra vez, por supuesto, para disimular tolerancia e interés por los problemas de la población, montando así una farsa que luego será divulgada en los medios como la única verdad.

Ahora bien, lo que se espera es que Alan García, en caso no tenga el deber legal de escuchar a la CGTP, tiene en cambio el deber moral como Jefe de Estado que es, de mostrar una voluntad política de diálogo con el pueblo, en vez de sólo mandar a segundones como quien quiere evitarse problemas.

De lo contrario, ¿a qué le teme el presidente? ¿Por qué su indiferencia? ¿Teme equivocarse otra vez acaso y descender en las encuestas? ¿Tanto le molesta hablar con los peruanos? ¿Le somos despreciables o nos considera inferiores?

Es lamentable, además, ver cómo en un diario tan conocido y leído (lo cual no dice nada de su calidad) como El Comercio, se hable de un “Moqueguazo”, es decir, se compara una demanda social (demanda por cierto, con base ya reconocida por este gobierno) con un hecho terrorista como el “Andahuaylazo”. ¿Por qué este diario de derecha (o promotor de ésta) pretende relacionar el derecho a la protesta con la violencia extrema? La respuesta es simple: porque este diario conservador y reaccionario no quiere ningún cambio para el país, pretende que todo siga como está, pues él mismo forma parte de aquellos grupos de poder que viven de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo. Este diario no cree en las huelgas, en la conformación de sindicatos ni en la legítima inconformidad del pueblo ante el abuso de poder y un mal gobierno. Nosotros le preguntamos: ¿de qué otro modo Moquegua hubiera sido escuchada? ¿Desde cuándo se venía reclamando esta reivindicación social? ¿No era acaso genuino su reclamo? ¿Acaso no accedió de alguna forma el gobierno a su pedido? Entonces, ¿por qué “Moqueguazo”?

A un acto terrorista no se le premia, señores de El Comercio. Y si el pueblo tiene otra vez que bloquear carreteras y secuestrar (la palabra no admite eufemismos porque a veces lo moral sobrepasa lo legal) a policías, que fueron quienes empezaron la agresión, para poder ser escuchados, tengan por seguro que tendrán todo nuestro apoyo.

Hay muchas preguntas a las que hay que contestar antes de creer el cuento del diálogo en nuestro país y del gobierno exitoso de nuestro mandatario. Los hombres de derecha y los conservadores harán todo lo posible por intentar engañarnos, pasarle la pelota a la izquierda (ya bastante desprestigiada en estos tiempos de “globalización”) y quedar como los buenos de la película, mintiéndonos y riéndose en nuestras caras de manera impune. ¡No lo permitamos!





G. P.

Mundo de Palabras

EL ARTE NO SE VENDE










Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com








Debo mostrar mi desacuerdo con lo dicho por el Sr. Abelardo Oquendo en su espacio en el diario la República llamado Inquisiciones, el día martes 3 de junio del presente, acerca del concurso de novela lanzado por el diario El Comercio. Creo que su perspectiva del arte con relación a su difusión está trastocada. Por tanto sus comentarios al respecto son frágiles, pero sobre todo, infecciosos. “(…) no hay ningún premio literario consagratorio ni tampoco que promueva fuertemente las ventas. El convocado por El Comercio , que no se propone lo primero, tendría especial importancia si lograra esto último.” , nos dice. Yo le respondo que un auténtico creador no se preocupa jamás por lo que va recibir por su obra. El arte no se vende, Sr. Oquendo; es invalorable. Los concursos literarios no les hacen ningún bien a los lectores y al propio autor si califican su producción con un criterio comercial o si prometen tal o cual cantidad de dinero. El único interés de un verdadero escritor es que se publique y se difunda su obra. El ganar dinero o reputación es algo contingente, porque un buen escritor no necesariamente es comercial, así como su prestigio debe provenir de la calidad de su libro y no de la campaña publicitaria que se monte a su favor. De lo contrario en vez de escritores, tendremos Shakiras y Thalias de las letras. Por eso es una afrenta que Abelardo Oquendo diga en referencia al Premio Planeta: “Obtenerlo no prestigia mayormente a un autor, pero la compensación económica puede hacerlo olvidar este detalle.” Si esto es lo que hace dicha editorial, entonces su existencia no vale la pena. A menos que no nos importe rodearnos de obras literarias medianas ni que nuestros niños lean buenos libros. Y si hay algún autor que olvide “el detalle” de su dignidad por dinero, nos damos con que estamos creando artistas de pacotilla y promoviendo la mediocridad cultural. A los nuevos escritores démosles espacios para que se expresen, leámoslos con atención, en los concursos, démosles un jurado idóneo y riguroso, y difundamos sus creaciones si tienen relevancia. Preocupémonos por quienes se adjudican la última palabra a la hora de decidir si una obra es buena o mala, luego por el dinero. Enseñémosles a nuestros jóvenes escritores a ser verdaderos artistas. No los condicionemos con cosas tan frívolas e intrascendentes como la fama y la plata, que no queremos Tongos de la literatura ni leer idioteces. Espero que haya quedado claro.

Las cosas que no pasan

El mito del libre mercado









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com








Para las empresas extranjeras colocar sus productos en un país que no le pone ninguna traba para hacer negocio propio, representa el paraíso. De esto es lo que se trata el libre mercado. Sin embargo éste ha demostrado ser en los hechos, más bien, una utopía. Tomemos como ejemplo los productos agrícolas subsidiados por sus países de origen. Traídos a competir con los nuestros, sin ningún apoyo del estado (que, por supuesto, no es rico) .Si a esto le agregamos el hecho de que dichos productos no pagan impuesto alguno a la hora de entrar en nuestro suelo, no sólo vuelve la competencia injusta, sino sobre todo, absurda.

A lo que quiero llegar es que los mismos hombres de derecha no pueden dejar de admitir que sin ninguna forma de intervención por parte de los países sobre su producción, exportación e importación, el tiro les puede salir por la culata dentro de este mito que es el libre mercado. Incluso se les podría acusar de falsedad cuando por un lado piden la no intervención en materia comercial de los estados y por el otro, los mismos países capitalistas son los más proteccionistas con sus productos a la hora de entrar en mercados ajenos. Es decir que nos quieren ver la cara cuando usan a sus muñecos parlantes en nuestro congreso, hablando en favor de la inversión extranjera y la apertura del mercado, como si esto nos fuera a llevar indefectiblemente al desarrollo. Si no sólo fijémonos en las consecuencias nefastas de estos procedimientos a escala mundial. Ahora se especula con los alimentos. Estos se encarecen al estar relacionados con el incremento del precio del petróleo (la energía está incluida en los costos de su producción) y de la demanda de los biocombustibles, que es consecuencia del primero. Mientras nuestro presidente y ministros se llenan la boca hablándonos de crecimiento económica y diciéndonos que la minería trae progreso, todos los días a través de los medios; lo cierto es que para nosotros, que somos un país de pobres, el precio del arroz es ahora de 4 soles, el de pollo de 7 y el alza en el precio de los combustibles incrementará los pasajes (nosotros no vamos en auto, Sr. Presidente). Hay una población entera enferma por el mercurio y otra desplazada completamente por los estragos de la extracción de metales en Cerro de Pasco. El mito del libre mercado ha sido develado hace mucho. Que el pueblo no sea más víctima de la prepotencia y la demagogia. Nosotros estamos de su lado.

sábado, 28 de junio de 2008

Editorial

EDITORIAL




El Primer Ministro Jorge del Castillo probablemente dirá en los próximos días que la CGTP (Confederación General de Trabajadores del Perú) se rehusó a dialogar con él y que hizo todo lo posible por evitar el paro del 9 de julio. Su único objetivo: dejar bien parado al gobierno y echarle la culpa de todo a la oposición, la izquierda y el pueblo. Todo es mentira. Jorge del Castillo dice que conversó con los promotores del paro y llegó a un acuerdo con ellos. Falso. Los gremios sindicales que prometieron el viernes 27 del presente no asistir a esta paralización no son los que la propusieron.

¿Con quiénes se reunió el Premier? ¿Qué intensión va a tener de dialogar si no habla con los verdaderos protagonistas del hecho, si no escucha sus demandas? Su única intención parece ser la de simular un acuerdo inexistente y vernos la cara.

Miente también del Castillo cuando afirma que el presidente no pudo estar en la reunión porque en ese momento se encontraba en provincia. Estuvo sí, en Huancavelica, pero en la mañana, no en la tarde, hora en la que se dio la cita con los gremios. Un medio impreso informó que Alan García prefirió reunirse con empresarios mexicanos en Palacio de Gobierno, dato que no nos sorprendería para nada.

Entonces ¿Qué pretende el Primer Ministro? ¿Por qué miente? Otra vez, por supuesto, para disimular tolerancia e interés por los problemas de la población, montando así una farsa que luego será divulgada en los medios como la única verdad.

Ahora bien, lo que se espera es que Alan García, en caso no tenga el deber legal de escuchar a la CGTP, tiene en cambio el deber moral como Jefe de Estado que es, de mostrar una voluntad política de diálogo con el pueblo, en vez de sólo mandar a segundones como quien quiere evitarse problemas.

De lo contrario, ¿a qué le teme el presidente? ¿Por qué su indiferencia? ¿Teme equivocarse otra vez acaso y descender en las encuestas? ¿Tanto le molesta hablar con los peruanos? ¿Le somos despreciables o nos considera inferiores?

Es lamentable, además, ver cómo en un diario tan conocido y leído (lo cual no dice nada de su calidad) como El Comercio, se hable de un “Moqueguazo”, es decir, se compara una demanda social (demanda por cierto, con base ya reconocida por este gobierno) con un hecho terrorista como el “Andahuaylazo”. ¿Por qué este diario de derecha (o promotor de ésta) pretende relacionar el derecho a la protesta con la violencia extrema? La respuesta es simple: porque este diario conservador y reaccionario no quiere ningún cambio para el país, pretende que todo siga como está, pues él mismo forma parte de aquellos grupos de poder que viven de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo. Este diario no cree en las huelgas, en la conformación de sindicatos ni en la legítima inconformidad del pueblo ante el abuso de poder y un mal gobierno. Nosotros le preguntamos: ¿de qué otro modo Moquegua hubiera sido escuchada? ¿Desde cuándo se venía reclamando esta reivindicación social? ¿No era acaso genuino su reclamo? ¿Acaso no accedió de alguna forma el gobierno a su pedido? Entonces, ¿por qué “Moqueguazo”?

A un acto terrorista no se le premia, señores de El Comercio. Y si el pueblo tiene otra vez que bloquear carreteras y secuestrar (la palabra no admite eufemismos porque a veces lo moral sobrepasa lo legal) a policías, que fueron quienes empezaron la agresión, para poder ser escuchados, tengan por seguro que tendrán todo nuestro apoyo.

Hay muchas preguntas a las que hay que contestar antes de creer el cuento del diálogo en nuestro país y del gobierno exitoso de nuestro mandatario. Los hombres de derecha y los conservadores harán todo lo posible por intentar engañarnos, pasarle la pelota a la izquierda (ya bastante desprestigiada en estos tiempos de “globalización”) y quedar como los buenos de la película, mintiéndonos y riéndose en nuestras caras de manera impune. ¡No lo permitamos!





G. P.

Homenajes

HOMENAJE A CARLOS GARDEL
“Y LA BARRA, COMPLETAMENTE AGRADECIDA”










El 24 de junio de 1935 murió en un trágico accidente aéreo en Medellín, Colombia, Carlos Gardel, quien es conocido en el mundo como el “Zorzal Criollo” o el “Morocho del Abasto”, expresión máxima del canto popular latinoamericano.

A más de 70 años de su desaparición, el recuerdo y la presencia de su voz siguen cautivando a las nuevas generaciones, a pesar de que estilos, temas y los avances técnicos para la imagen y el sonido, han llegado a límites realmente impensados para quienes lograron vivir en su época o lo hicieron luego de su muerte.

Carlos Gardel es el mito de mayor proyección y relieve que ha existido en nuestro continente. El mismo que es producto de la imaginación popular y la influencia carismática del ídolo que sobrepasa todas las fronteras.

Gardel que nació al canto entre gente dura, malevos de los barrio arrabaleros del Buenos Aires de comienzos del siglo XX, y que luego anidara con facilidad entre los cortinajes y salones de la clase media, para finalmente vestir de frac o de smoking y pasear al tango entre magnates y reyes, aún luce su presencia y su voz fresca y de un timbre singular, con el calor humano jamás olvidado de sus inicios.

Fue un artista de vanguardia por excelencia, desde la creación del tango canción al grabar en 1917 “Mi noche triste”, a la de los primeros video clips al filmar “Encuadre de canciones” (1930), dirigidos por Eduardo Morera, cortos que además son el primer testimonio de cine sonoro en nuestra lengua. Fue también la primera estrella latinoamericana que triunfó en Los Estados Unidos, llegando a fundar su propia empresa productora, la “Exitos Spanish Pictures”, en asociación con los estudios “Paramount”, adelantándose así a su época y abriéndole el camino a los artistas latinos que le sucedieron.

El rescate de sus películas sirve para que las nuevas generaciones puedan conocer esa voz varonil, profunda, sentimental y nostálgica, que subrayan sobremanera el carisma que arraigó en los sentimientos del pueblo latinoamericano, así como también en un gran sector del continente europeo.

El sueño bolivariano (tan manoseado y venido a menos hoy en día), cobra un significado especial en la obra de Carlos Gardel , ya que trabajó no sólo con grandes artistas rioplatenses, sino con los de distintos países de América Latina como Rosita Moreno y Celia Villa (México), José Moriche, Don Aspiazú y Guillermo Moreno (Cuba), Blanca Vischer (Guatemala), Alfredo Le Pera (Brasil), Francisco Flores del Campo y Adelqui Millar (Chile), y el gran escritor peruano Felipe Sassone. Actuó además con grandes estrellas españolas como Manuel París, José Nieto, Trini Ramos, Goyita Herrero, la actriz portuguesa Helena D’Algy, entre otros.

De Gardel se puede decir todo lo inimaginable en relación con su vida privada y artística. Todavía en esta década siguen naciendo hechos y sucesos que hacen un misterio su nacimiento y su muerte. El mito Gardel alimenta la imaginación popular y de seguro seguirá creciendo al lado de otras leyendas.

La voz del “Zorzal” parece seguir teniendo vida. No deja de tener razón la frase “Tuavía canta el dijunto”, que un moreno de “La Victoria” dijera hace años, luego de escuchar un tango en uno de los tantos reestrenos de sus filmes y que la concurrencia masiva del cine recibiera con aplausos.

Hoy, Carlos Gardel sigue vivo, y la barra, completamente agradecida.






G. P.

Editorial

EDITORIAL




El Primer Ministro Jorge del Castillo probablemente dirá en los próximos días que la CGTP (Confederación General de Trabajadores del Perú) se rehusó a dialogar con él y que hizo todo lo posible por evitar el paro del 9 de julio. Su único objetivo: dejar bien parado al gobierno y echarle la culpa de todo a la oposición, la izquierda y el pueblo. Todo es mentira. Jorge del Castillo dice que conversó con los promotores del paro y llegó a un acuerdo con ellos. Falso. Los gremios sindicales que prometieron el viernes 27 del presente no asistir a esta paralización no son los que la propusieron.

¿Con quiénes se reunió el Premier? ¿Qué intensión va a tener de dialogar si no habla con los verdaderos protagonistas del hecho, si no escucha sus demandas? Su única intención parece ser la de simular un acuerdo inexistente y vernos la cara.

Miente también del Castillo cuando afirma que el presidente no pudo estar en la reunión porque en ese momento se encontraba en provincia. Estuvo sí, en Huancavelica, pero en la mañana, no en la tarde, hora en la que se dio la cita con los gremios. Un medio impreso informó que Alan García prefirió reunirse con empresarios mexicanos en Palacio de Gobierno, dato que no nos sorprendería para nada.

Entonces ¿Qué pretende el Primer Ministro? ¿Por qué miente? Otra vez, por supuesto, para disimular tolerancia e interés por los problemas de la población, montando así una farsa que luego será divulgada en los medios como la única verdad.

Ahora bien, lo que se espera es que Alan García, en caso no tenga el deber legal de escuchar a la CGTP, tiene en cambio el deber moral como Jefe de Estado que es, de mostrar una voluntad política de diálogo con el pueblo, en vez de sólo mandar a segundones como quien quiere evitarse problemas.

De lo contrario, ¿a qué le teme el presidente? ¿Por qué su indiferencia? ¿Teme equivocarse otra vez acaso y descender en las encuestas? ¿Tanto le molesta hablar con los peruanos? ¿Le somos despreciables o nos considera inferiores?

Es lamentable, además, ver cómo en un diario tan conocido y leído (lo cual no dice nada de su calidad) como El Comercio, se hable de un “Moqueguazo”, es decir, se compara una demanda social (demanda por cierto, con base ya reconocida por este gobierno) con un hecho terrorista como el “Andahuaylazo”. ¿Por qué este diario de derecha (o promotor de ésta) pretende relacionar el derecho a la protesta con la violencia extrema? La respuesta es simple: porque este diario conservador y reaccionario no quiere ningún cambio para el país, pretende que todo siga como está, pues él mismo forma parte de aquellos grupos de poder que viven de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo. Este diario no cree en las huelgas, en la conformación de sindicatos ni en la legítima inconformidad del pueblo ante el abuso de poder y un mal gobierno. Nosotros le preguntamos: ¿de qué otro modo Moquegua hubiera sido escuchada? ¿Desde cuándo se venía reclamando esta reivindicación social? ¿No era acaso genuino su reclamo? ¿Acaso no accedió de alguna forma el gobierno a su pedido? Entonces, ¿por qué “Moqueguazo”?

A un acto terrorista no se le premia, señores de El Comercio. Y si el pueblo tiene otra vez que bloquear carreteras y secuestrar (la palabra no admite eufemismos porque a veces lo moral sobrepasa lo legal) a policías, que fueron quienes empezaron la agresión, para poder ser escuchados, tengan por seguro que tendrán todo nuestro apoyo.

Hay muchas preguntas a las que hay que contestar antes de creer el cuento del diálogo en nuestro país y del gobierno exitoso de nuestro mandatario. Los hombres de derecha y los conservadores harán todo lo posible por intentar engañarnos, pasarle la pelota a la izquierda (ya bastante desprestigiada en estos tiempos de “globalización”) y quedar como los buenos de la película, mintiéndonos y riéndose en nuestras caras de manera impune. ¡No lo permitamos!





G. P.

Editorial

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El Primer Ministro Jorge del Castillo probablemente dirá en los próximos días que la CGTP (Confederación General de Trabajadores del Perú) se rehusó a dialogar con él y que hizo todo lo posible por evitar el paro del 9 de julio. Su único objetivo: dejar bien parado al gobierno y echarle la culpa de todo a la oposición, la izquierda y el pueblo. Todo es mentira. Jorge del Castillo dice que conversó con los promotores del paro y llegó a un acuerdo con ellos. Falso. Los gremios sindicales que prometieron el viernes 27 del presente no asistir a esta paralización no son los que la propusieron.

¿Con quiénes se reunió el Premier? ¿Qué intensión va a tener de dialogar si no habla con los verdaderos protagonistas del hecho, si no escucha sus demandas? Su única intención parece ser la de simular un acuerdo inexistente y vernos la cara.

Miente también del Castillo cuando afirma que el presidente no pudo estar en la reunión porque en ese momento se encontraba en provincia. Estuvo sí, en Huancavelica, pero en la mañana, no en la tarde, hora en la que se dio la cita con los gremios. Un medio impreso informó que Alan García prefirió reunirse con empresarios mexicanos en Palacio de Gobierno, dato que no nos sorprendería para nada.

Entonces ¿Qué pretende el Primer Ministro? ¿Por qué miente? Otra vez, por supuesto, para disimular tolerancia e interés por los problemas de la población, montando así una farsa que luego será divulgada en los medios como la única verdad.

Ahora bien, lo que se espera es que Alan García, en caso no tenga el deber legal de escuchar a la CGTP, tiene en cambio el deber moral como Jefe de Estado que es, de mostrar una voluntad política de diálogo con el pueblo, en vez de sólo mandar a segundones como quien quiere evitarse problemas.

De lo contrario, ¿a qué le teme el presidente? ¿Por qué su indiferencia? ¿Teme equivocarse otra vez acaso y descender en las encuestas? ¿Tanto le molesta hablar con los peruanos? ¿Le somos despreciables o nos considera inferiores?

Es lamentable, además, ver cómo en un diario tan conocido y leído (lo cual no dice nada de su calidad) como El Comercio, se hable de un “Moqueguazo”, es decir, se compara una demanda social (demanda por cierto, con base ya reconocida por este gobierno) con un hecho terrorista como el “Andahuaylazo”. ¿Por qué este diario de derecha (o promotor de ésta) pretende relacionar el derecho a la protesta con la violencia extrema? La respuesta es simple: porque este diario conservador y reaccionario no quiere ningún cambio para el país, pretende que todo siga como está, pues él mismo forma parte de aquellos grupos de poder que viven de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo. Este diario no cree en las huelgas, en la conformación de sindicatos ni en la legítima inconformidad del pueblo ante el abuso de poder y un mal gobierno. Nosotros le preguntamos: ¿de qué otro modo Moquegua hubiera sido escuchada? ¿Desde cuándo se venía reclamando esta reivindicación social? ¿No era acaso genuino su reclamo? ¿Acaso no accedió de alguna forma el gobierno a su pedido? Entonces, ¿por qué “Moqueguazo”?

A un acto terrorista no se le premia, señores de El Comercio. Y si el pueblo tiene otra vez que bloquear carreteras y secuestrar (la palabra no admite eufemismos porque a veces lo moral sobrepasa lo legal) a policías, que fueron quienes empezaron la agresión, para poder ser escuchados, tengan por seguro que tendrán todo nuestro apoyo.

Hay muchas preguntas a las que hay que contestar antes de creer el cuento del diálogo en nuestro país y del gobierno exitoso de nuestro mandatario. Los hombres de derecha y los conservadores harán todo lo posible por intentar engañarnos, pasarle la pelota a la izquierda (ya bastante desprestigiada en estos tiempos de “globalización”) y quedar como los buenos de la película, mintiéndonos y riéndose en nuestras caras de manera impune. ¡No lo permitamos!
G. P.

Editorial

Lo vemos?




Por Pablo Lazo Valverde
Comentarios:
cavaliny@hotmail.com




















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Catarsis

ÉL ES LA AUTORIDAD











Por Abel Peralta Quiroz
Comentarios:
mr.ritchmond@hotmail.com








I
- Sus documentos, por favor.


El oficial se quitó el quepí de copa trapezoidal y se lo colocó debajo del brazo derecho. Detrás de él tres agentes lo imitaron, y se separaron de él con dos pasos hacia atrás, juntando las piernas en posición de firmes. Mañana soleada de Enero en la habitación 301 de un hospedaje de mala muerte en Córdoba, y lo que menos hubiera deseado aquel día que recién empezaba para mí, era toparme con la policía federal, y menos que vinieran a buscarme. Mucho menos que me despertaran a las nueve. Como al inicio no entendí su presencia y me quedé mirándolos con expresión de nada, se vieron obligados a presentarse, y lo hicieron uno a uno, con nombres y cargos que hoy, mientras escribo esto, no me interesa recordar, tras lo cual quedaba claro que quedaban habilitados para hacerse cargo de mí, y pedirme que tuviera la amabilidad (que en el fondo era la obligación) de identificarme.


Minutos antes dormía plácidamente y soñaba con un violento asalto a alguna oficina bancaria, en el cual luchaba del lado de los malos. Los golpes en la puerta no habían logrado despabilarme del todo y fueron necesarios los agudos gritos del joven encargado de la recepción para animarme a saltar de la cama y abrir, a fin de que se callara de una maldita vez. Estaban vestidos con uniformes impecables y en sus pesados borceguíes negros podían verse sus rostros alargados de lo relucientes que estaban. Me preguntaron si yo era el tipo que andaban buscando y aunque no estaba seguro ello, por lo menos mi nombre y nacionalidad coincidían. El agente que dirigía el operativo de captura me lanzó una larga mirada, y pude notar en su rostro una profunda decepción pues acaso había imaginado que el escurridizo delincuente que venían a aprehender un tipo que pudiera oponer mayor resistencia a su labor. A la autoridad en el fondo le agrada que uno la resista, pues ello les da carta libre para actuar con mayor violencia de la necesaria. Pero en aquel momento estaba demasiado aturdido como para reflexiones de fondo, y mucho menos en condiciones de resistirme al arresto.

Entraron en la habitación sin pedir permiso y como no me quedó de otra, los invité a tomar asiento sobre la cama, mientras buscaba entre mis pertenencias que estaban por todos lados, aquellos papeles que únicamente me servían para cambiar de país cada cierto tiempo. No parecían llevar mucha prisa, pues mientras revolvía todo, conversaban sobre una mujer que se había ido a Misiones, y que el marido y los hijos andaba buscando. Encontré mi pasaporte tirado bajo la cama y al volverme para entregárselos, y mientras los sacudía del polvo de las dos semanas que había permanecido ahí, seguían conversando despreocupados y sonrientes, sin el menor interés de registrar la habitación. Se me ocurrió entonces que no podía ser nada grave.

Tiempo atrás habían notificado a la recepción que estaba citado por un problema legal pendiente, el cual no llegaron a especificar, y que debía concurrir en la brevedad posible a la gendarmería para rendir mi instructiva, pues en el expediente había fijado aquel hospedaje como domicilio provisional. Como en aquella oportunidad no me encontraron, y el administrador respondió que únicamente me alojaba en su edificio cada cierto tiempo para pasar cortas temporadas, Entonces le dijeron que debía dar cuenta apenas supieran de mi paradero. Pasaron dos largos años hasta que ello ocurriera. En ese lapso de tiempo regresé a Lima y me matriculé en la facultad, por tercera vez en el cuarto ciclo. Viajé a Venezuela a un evento político y luego a Colombia al concierto de Misfits. Regresé a Lima para matricularme (por cuarta vez en el cuarto ciclo) en la facultad. Volví un par de veces a Argentina pero no precisamente a Córdoba. Alertados de mi inesperado regreso, cuando el caso empezaba a cerrarse entrampado en el período de actuación de pruebas, y el expediente a envejecer inexorablemente en los estantes del cuarto de archivos del sótano, fueron a buscarme. Y me encontraron ahí, indefenso, reponiéndome de una mala pero buena noche. No era la primera vez (ni iba a ser la última) que tenía problemas con la policía, y por eso no hice preguntas al respecto. Lo único que lamenté de profundamente fue que en aquel momento Noelia no estuviese conmigo, pues solo ella sabía cómo sacarme bien librado, cada vez que me metía en un nuevo lío.

El que parecía ser el jefe me recepcionó el pasaporte y verificó mi última entrada, registrada veinticinco días atrás en la oficina de migraciones del paso de la Quiaca (todo estaba en regla así que por ese lado no había de qué preocuparme). Le hizo una seña a uno de los ayudantes de que se acerque y cotejaron juntos mis datos con un documento impreso en papel amarillo. Ya no les quedaba dudas que era mí a quien habían venido a buscar. Y aunque lucía amable y distendido, al volverse a mí, sus palabras terminaron por derrotarme:

- Tenés un caso en la fiscalía. Vas a tener que acompañarnos.


II
No miento cuando digo que no fue un acto premeditado, aunque cuando se lo he contado a mis amigos, éstos no me han querido creer.

Al llegar al puente colonial, que se extiende sobre el Río Primero, busqué con la mano en el bolsillo derecho, donde lo había puesto al salir, pero no lo encontré. Hundí la otra en el izquierdo. No estaba. Suele ocurrirme muchas veces así que no me alarmé; me detuve a un lado de la ancha escalera de piedra que se extiende desde un extremo de la pasarela, baja dando amplios círculos hasta el pie de la estructura y luego cae en picada hasta el río de aguas cristalinas que en invierno se tornan oscuras debido al cóctel de lodo y piedras que arrastran desde las montañas. Registré uno a uno mis bolsillos y luego el sucio morral en que llevo siempre un par de libros para matar el tiempo cuando viajo en bus. Revisé también dentro de los libros. Lo había dejado caer en algún lado.


Entré corriendo por la puerta que da a la calle Libertador, bajé en tres saltos los quince escalones, y seguí hasta la pequeña oficina. Ahí, tras el mostrador, seguía la encantadora señorita que me había atendido en la mañana. Recordaba haberme vendido el boleto, incluso el número de asiento: 21. Le expliqué sin dar detalles, el desafortunado (y desconocido) incidente en el que perdí mi boleto. No había de qué preocuparme, aunque había un procedimiento que cumplir. El trámite era simple: tenía que ir al ayuntamiento a denunciar la pérdida del comprobante, y efectuar el pago de un seguro que gravaba la empresa con el cinco por ciento del valor del pasaje, que para el caso eran cinco pesos, que si bien me restaba la posibilidad de un almuerzo decente, era mejor que volver a pagar un dinero que ya no tenía.

Salí sin pérdida de tiempo me lancé a la calle, siguiendo por el mismo camino por el que había vuelto minutos atrás. Nuevamente la entrada a la estación del metro, el café Mérida, el cine Olimpia (cerrado a esa hora) y el pequeño kiosko en la esquina con la calle Zarco, donde me detuve a comprar un paquete de cigarrillos negros. Encendí uno antes de cruzar la ancha avenida de ocho carriles al estilo europeo, y seguí tres cuadras más, las mismas calles rectas y limpias, los mismos edificios hacia el lado de la zona financiera y el mismo policía obeso parado bajo una pequeña toldera colocada sobre el portón de un gran edificio; como ahora iba de este lado de la vía ahora pude ver que era una casa de cambio de moneda. También ahora se me hacía que el agente estaba encargado de custodiar el establecimiento. Al pasar casi corriendo por su lado, volví la cabeza y pude fijarme en la placa metálica que llevaba pegada al bolsillo izquierdo de su chaqueta: Teniente S. García. Diez minutos después entraba al viejo edificio del ayuntamiento, que está al lado derecho del parque Sarmiento.

Me atendió una amable señora que me miraba inquisidoramente tras unos gruesos lentes de frágil montura; a pesar de mi aspecto más de acusado que acusador, se mostró muy interesada en aclarar mi situación cuando le mencioné que no me quedaba dinero para volver a pagar el boleto. Me enumeró las alternativas que tenía en la gama burocrática para obtener el documento que necesitaba, y sin dudar opté por hacer la denuncia por robo. Se me ocurrió que debía ser un asalto. Empezaron a elaborar un atestado y respondí a las preguntas con tal seguridad, que yo mismo terminé convencido que la bajar por el puente de piedra tallada a brazo de esclavo en la colonia, me habían asaltado para robarme un boleto de autobús. Preguntó la hora. Luego el lugar. Y luego el momento decisivo: ¿Está en condiciones de reconocer a quienes lo asaltaron? Entonces recordé a aquel gendarme indefenso, parado bajo aquel pórtico gris, cumpliendo la odiosa labor de no hacer nada ni dejar que pase nada. La policía es así; parecen seres desvalidos pero no pierden la ocasión para mostrar las garras y romperte las costillas a varazos, de modo que no se me contuvo la voz para alzarme sin motivos contra él, en nombre de tantas víctimas de su crueldad, y mentir impunemente:

- Fueron un par de policías. Cuando bajaba por el puente del Río Primero. Me detuvieron por nada y se llevaron todo lo que traía encima- . Cuando salí de la estación de autobuses no creí que pudiera ir tan lejos. Ya no había marcha atrás y tenía que darle consistencia a mi versión. Pude notar que se resistía a creerme, porque me repitió dos veces más, aunque con otras palabras, la pregunta. Entendí que a nadie debe hacerle gracia que un desconocido acusara tan alegremente a uno de los suyos, pero no me rectifiqué y mantuve mi versión. Como había que coronar la denuncia con un dato que, por ser exacto pudiera convencer a todos y que, por encima de todo, no dejara rastros de dudas, terminé:

- A uno alcancé a mirar la placa: decía Teniente S. García.

El agente de contextura delgada y ralo bigote que, embotado en una gruesa chaqueta de cuero negra, redactaba el atestado policial muy deprisa en la vieja máquina de escribir a un lado de la oficina dejó de hacerlo, como si acabara de oír una obscenidad, y volteó hacia donde nos encontrábamos la secretaria y yo, frente a frente. Miró a la secretaria, que desconcertada se había quitado los lentes y ahora me observaba con una tierna y dulce expresión maternal. En el fondo se compadecía de mi desgracia y su puesto de administradora de justicia la obligaba a ponerse de mi lado.

- ¡Gordo de mierda!

Por la noche cené ligero en un cafetín del ala izquierda en el segundo nivel, antes de abordar el bus cuya salida estaba programada para las ocho y treinta, pero que debido a la lentitud en la demanda de pasajeros, llevaba ya media hora de retraso. Salvo un incidente menor con un señor que al subir encontré ocupando mi asiento, pues tenía un ticket con el mismo número que el mío y que la amable señorita, con una gran diligencia se encargó de solucionar, no hubieron mayores contratiempos y hasta podría decirse que fue un muy buen día. Le di las gracias por la ventana y me respondió agitando la mano, como si me conociera de años. Pusieron una película en los televisores y subieron el volumen, se apagaron las luces de la cabina. Se encendió el motor. El bus salió muy lentamente del carril diecisiete que ocupaba, dobló en U por la avenida Poeta Lugones. Un minuto después entraba raudo en el viaducto. Respiré aliviado.

Afuera soplaba un viento glacial que había obligado a los presentes a guarecerse bajo los anchos portales junto a la pista de abordaje. Era otoño pero el frío se había adelantado de estación y el fuerte temporal ya estaba causando serios estragos en el interior del país. Me acomodé lo mejor que pude en el angosto espacio entre mi vecino de viaje y la ventana. Coloqué sobre mis rodillas la gruesa manta que me regaló mi madre y que llevo siempre para luchar infructuosamente contra mi reumatismo prematuro, y puse en los audífonos música de Flema. Metí las manos dentro de la campera porque ya se me estaba congelando. Mis dedos se toparon con un trozo rectangular de papel doblado. Lo extraje al instante. Era un boleto de viaje a Salta, para mismo día, a la misma hora, pero de una empresa distinta. Entonces recordé todo, sin poder contener la risa:

Desde temprano había estado en el terminal de buses, buscando un boleto de autobús con destino a Salta para la noche, al alcance de mis exiguos recursos; había recorrido de lado a lado el amplio pasillo en donde personajes de todos colores y estilos, pregonaban a gritos las mejores ofertas en precio, comodidad y salidas puntuales que nunca son tales. Calculé mi presupuesto antes de decidirme por la oferta de la empresa Flecha Bus (aunque no había gran diferencia con las otras, la sonrisa de la bella vendedora ayudó con mucho en mi decisión), pero al momento de pagar me di cuenta que tenía mucho menos dinero del que creía. Deshaciéndome en disculpas me retiré unos pasos a la izquierda y en la última ventanilla, en el lado de las empresas menos confiables compré el pasaje en “Almirante Brown”, en cuyos armatostes sin calefacción, bebidas, ni asientos reclinables se puede viajar incómodo, en el doble de tiempo de lo usual, pero a mitad de precio.

III
La sala ubicada del lado izquierdo al final del corredor en el primer piso de la gendarmería se fue llenando de gente, como en las escenas de cruentos interrogatorios de las películas norteamericanas que tanto odiaba, pero veía siempre a causa la paupérrima programación de la televisión limeña. Por la ventana podía ver que la escena se repetía en dos pequeñas salas del otro lado. En la de la derecha interrogaban a un tipo que tenía las manos atadas con grilletes. Como era hora de almorzar, salieron todos dejando mi custodia un joven gendarme, que parado en la puerta no se animó a hablarme.

Volvieron a entrar media hora después. Traían un pequeño fajo de papeles, una máquina de escribir en una mesita rodante y tres sillas muy viejas. Uno a uno se fueron acomodando en el pequeño espacio, y el calor que a esa hora ya era intenso, se hizo insoportable por la aglomeración. Salieron y entraron varias veces, siempre conversando en voz baja. Alguien avisó que estaban por comenzar. Entonces llegó el comisario.

Echó una ojeada rápida al expediente de hojas ajadas y amarillentas por el paso del tiempo. Pareció encontrar algunos detalles que no terminaban de convencerlo y consultó con un hombre el porqué de aquellas contradicciones. Luego llamó a alguien por teléfono y le preguntó lo mismo. Ahora lucía más alterado y gritaba reclamando por el tiempo que le hacían perder. Abrió el expediente y lo examinó con minuciosidad, emitiendo extraños gruñidos al hacerlo. Entre el montón de papeles encontró uno que captó su atención, parecía ser la página colorida de una revista La alzó sobre sus ojos. La vista no me fallaba: era de “Cambios”.

- ¿Así que sos el peruano que escribe en esta revista?

Algo en mi interior me advirtió que estaba en problemas y que, por instinto, tenía optar por la mentira. Pero no se me cruzó por la mente en aquel momento negar que yo, desertor de oficio y aspirante a escritor, era autor de aquellos esperpentos que me habían generado pocas alegrías pero muchos dividendos, aunque de buena gana lo hubiera hecho. En este tipo de casos hay que andarse con cuidado, sobretodo si se tiene en cuenta que hasta ese momento no tenía la remota idea del caso por el cual me habrían de procesar, y mucho menos de la pena a la que estaba expuesto. Calculando el tono mis palabras y tratando de esquivar las miradas que me caían como rayos, imparables, respondí intentando ganarme la confianza del enemigo, con un humor que no venía al caso “El mismo que escribe esas pavadas”; pero ninguno de los presentes se rió y mas bien pude sentir en ellos un notorio fastidio porque acaso esperaban que tome las cosas con mayor seriedad.

- Las deudas a la larga se pagan. Si lo sabré yo…

Bajé la vista, resignado y la hundí firmemente en mis zapatos polvosos. Estaba derrotado y sin posibilidad de huir, pero todavía me quedaba la esperanza de encontrar un resquicio entre sus palabras, por donde colarme y escapar. Sonrió divertido, pero el resto de agentes lucían tensos, y ya aburridos por la situación. Se levantó, y avanzó lentamente hacia mí, rodeándome con pasos largos que resonaban al contacto de sus botas con el suelo, y se detuvo detrás mío. Podía sentir en la nuca su tenue respiración y el olor desagradable de su aliento amargo. Sacó la mano del bolsillo y la alzó sobre sus hombros. Sentí caer sobre mi espalda un contundente y demoledor garrotazo, pero en realidad fue solo una amistosa palmada.

- ¿Te acordás del teniente Santiago García?

Contuve la respiración, que desde que ingresé hacían ya cinco horas, la notaba sospechosamente entrecortada, y traté de dibujar en mi rostro una expresión de seguridad, aunque en el fondo tenía ganas de echarme a llorar y confesarlo todo. En un segundo logré controlarme nuevamente y adoptando un aire despectivo contra el joven agente que seguía muy atento mis movimientos desde la puerta, me moví lentamente, enderezándome en la silla, a pesar que el miedo empezaba a paralizarme, mientras enfrente mío un delgado oficial de bigotes ralos y que ahora se me hacía que conocía de algún lado, se sentaba frente a la máquina de escribir y colocaba en ella una hoja de papel vacío, y una gruesa señora de gesto amable y gruesos lentes de frágil montura, que entró apoyada en un bastón de madera, ocupaba la silla principal en aquel ridículo teatro judicial, en el extremo derecho de la sala.

- Eres el testigo principal contra García. Un día aprovechándose de su autoridad, te asaltó y te afanó• una guita ¡Ahora te regalamos la oportunidad de hundir bien a ese cabrón!


• Robó. (Lunfardo argentino)


Curso de Sabiduría



CURSO DE SABIDURÍA DE LA ESENCIA : CLASE 8












Por Fabrizio Davelouis Valega
Comentarios a:
fabrizioemptiness@hotmail.com








Los Diez méritos: Consisten en hacer lo opuesto a las diez malas acciones:

01. Proteger la vida

02. practicar la Caridad o dar

03. Respetar la ley y a los otros

04. Hablar la verdad

05. Hablar y elogiar a los otros sinceramente

06. Hablar amablemente y suavemente

07. Transferir los méritos

08. Contemplar la impermanencia del cuerpo y tomar
preceptos.

09. Contemplando la conectividad del universo, practicando
la compasión y la meditación.

10. Entendiendo la ley triple del corazón y caminando en el
sendero del corazón de Buddha, y enseñando a otros lo
mismo.

Diez Paramitas: Consiste en los seis Paramitas y los cuatro expedientes. Son los principales cultivos respectivamente a cada uno de las diez etapas de Bodhisattvas.

01. Paramita de Dana o Caridad o dar

02. Paramita de Vinaya o del Preceptos

03. Paramita de la tolerancia o de la paciencia

04. Paramita del rigor o del esfuerzo:

05. Paramita de Samadhi o Meditación:

06. Paramita de Prajna o de la sabiduría:

07. Paramita de Upaya o de expedientes:

08. Paramita de los votos de Bodhisattvas:

09. Paramita de la penetración de Samadhi:

10. Paramita de Omnisciencia del campo del corazón:

Nota: Paramita es una palabra en Sánscrito que significa ayudar a los seres vivos a cruzar hasta la otra orilla del mar de nacimiento-muerte.



















Mundo de Palabras

EN BUSCA DE UN RECUERDO
(2da Parte)









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com








El lugar todavía seguía sirviendo para lo mismo. No había dejado de ser un colegio. La visita no dejaba de sorprenderme. Lo contemplaría un rato más y luego me iría.

Antes había visto a un muchacho aproximarse. Me distrajo por un momento pero inmediatamente recobre mi ensimismamiento. Sin embargo, unos segundos después, me percaté de que aquel muchacho estaba a punto de entrar al colegio. Le puse atención y me di con la sorpresa de que lo conocía. Si dijera que se trataba de uno de los niños con los que compartí la catequesis ni yo mismo me lo creería. No. Era una persona que había conocido un año atrás en un curso de inglés. Pensé que no lo volvería a ver en mi vida luego de que acabáramos las clases hacía sólo dos semanas. ¿Qué hacía aquí? ¿Quién lo había traído? ¿Por qué siempre me cayó bien a pesar de no ser amigos? La respuesta la tenía en frente: estudiaba en este colegio, cursaba el 4to año de secundaria: estaba en mi destino. Nunca había sentido tanta fe como ese momento. Nada de esto podía ser casualidad. Alguien estaba jugando conmigo. ¿Por qué tenía que estudiar aquí él? ¿Por qué no fue a su colegio a otra hora? ¿Por qué tenía que verme parado frente a mi recuerdo como si estuviera en la ruta de mis horas? Lo saludé casi enternecido. Se sorprendió también. A tal punto que me dijo: “¿Qué haces aquí?” No sabía que quien no tenía nada qué hacer en ese lugar era él.

Estaba impaciente por hacerle una pregunta arriesgada pero crucial. Dudé un momento, mas al final se la hice: “¿Tú crees que nos dejen entrar?”. “¡Claro!” _me respondió. “¡Vamos!” Y entramos en mi recuerdo como si entrara a mí mismo. Recobré mi niñez en unos segundos. Estaba feliz. En el camino le conté el motivo de mi visita a aquel sitio. Le conté que por poco y no doy con el lugar, así como también, no faltó mucho para que me fuera. Le dije que yo recordaba una pista ancha. Me contesto que antes lo era pero que luego habían construido otra fila de casas, lo que la estrechó. Pensar que por ese detalle mi búsqueda se hubiera ido al tacho.

Le comenté también que el colegio me parecía ahora más pequeño. Él se rió como burlándose. Creo que no entendió la idea del cambio de perspectiva. No me importó. Estaba satisfecho de nostalgia. En el colmo de mi felicidad, cuando le pregunté si podíamos subir al segundo piso donde recibí el curso de catequismo propiamente dicho, me respondió que una vez en el lugar podríamos ir adonde quisiéramos.

Llegamos al salón. Lo estaban pintando. No era un lugar muerto a pesar de los 14 años transcurridos. Niños y adolescentes venían de lunes a viernes a llenar ese vacío, a sentarse en las mismas carpetas que yo alguna vez recorrí seguramente jugando con mis compañeros. Habían puesto una pizarra para plumones encima de la vieja verde para tizas, de donde por aquel tiempo copié dibujos y palabras de nuestros catequistas. Me quedé observando el salón largo rato. Olvidé entrar a respirar aquel aire antiguo. Preferí no molestar a quien lo estaba arreglando (¡para qué!). Después de todo, de eso se trataba todo aquel día, de no dar por muertas las cosas pasadas sino de pintarlas con un poco de presente.