sábado, 28 de junio de 2008

Mundo de Palabras

EN BUSCA DE UN RECUERDO
(2da Parte)









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com








El lugar todavía seguía sirviendo para lo mismo. No había dejado de ser un colegio. La visita no dejaba de sorprenderme. Lo contemplaría un rato más y luego me iría.

Antes había visto a un muchacho aproximarse. Me distrajo por un momento pero inmediatamente recobre mi ensimismamiento. Sin embargo, unos segundos después, me percaté de que aquel muchacho estaba a punto de entrar al colegio. Le puse atención y me di con la sorpresa de que lo conocía. Si dijera que se trataba de uno de los niños con los que compartí la catequesis ni yo mismo me lo creería. No. Era una persona que había conocido un año atrás en un curso de inglés. Pensé que no lo volvería a ver en mi vida luego de que acabáramos las clases hacía sólo dos semanas. ¿Qué hacía aquí? ¿Quién lo había traído? ¿Por qué siempre me cayó bien a pesar de no ser amigos? La respuesta la tenía en frente: estudiaba en este colegio, cursaba el 4to año de secundaria: estaba en mi destino. Nunca había sentido tanta fe como ese momento. Nada de esto podía ser casualidad. Alguien estaba jugando conmigo. ¿Por qué tenía que estudiar aquí él? ¿Por qué no fue a su colegio a otra hora? ¿Por qué tenía que verme parado frente a mi recuerdo como si estuviera en la ruta de mis horas? Lo saludé casi enternecido. Se sorprendió también. A tal punto que me dijo: “¿Qué haces aquí?” No sabía que quien no tenía nada qué hacer en ese lugar era él.

Estaba impaciente por hacerle una pregunta arriesgada pero crucial. Dudé un momento, mas al final se la hice: “¿Tú crees que nos dejen entrar?”. “¡Claro!” _me respondió. “¡Vamos!” Y entramos en mi recuerdo como si entrara a mí mismo. Recobré mi niñez en unos segundos. Estaba feliz. En el camino le conté el motivo de mi visita a aquel sitio. Le conté que por poco y no doy con el lugar, así como también, no faltó mucho para que me fuera. Le dije que yo recordaba una pista ancha. Me contesto que antes lo era pero que luego habían construido otra fila de casas, lo que la estrechó. Pensar que por ese detalle mi búsqueda se hubiera ido al tacho.

Le comenté también que el colegio me parecía ahora más pequeño. Él se rió como burlándose. Creo que no entendió la idea del cambio de perspectiva. No me importó. Estaba satisfecho de nostalgia. En el colmo de mi felicidad, cuando le pregunté si podíamos subir al segundo piso donde recibí el curso de catequismo propiamente dicho, me respondió que una vez en el lugar podríamos ir adonde quisiéramos.

Llegamos al salón. Lo estaban pintando. No era un lugar muerto a pesar de los 14 años transcurridos. Niños y adolescentes venían de lunes a viernes a llenar ese vacío, a sentarse en las mismas carpetas que yo alguna vez recorrí seguramente jugando con mis compañeros. Habían puesto una pizarra para plumones encima de la vieja verde para tizas, de donde por aquel tiempo copié dibujos y palabras de nuestros catequistas. Me quedé observando el salón largo rato. Olvidé entrar a respirar aquel aire antiguo. Preferí no molestar a quien lo estaba arreglando (¡para qué!). Después de todo, de eso se trataba todo aquel día, de no dar por muertas las cosas pasadas sino de pintarlas con un poco de presente.

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