domingo, 9 de septiembre de 2007

Catarsis

EDUCAR ES MENTIR



Por Abel Peralta Quiroz
Comentarios:
mr.ritchmond@hotmail.com



Charles Darwin en su teoría de la selección natural proponía que “en el transcurso del tiempo las especies han de adaptarse al medio natural en que se desarrollan, a través de un proceso llamado evolución, por el cual los organismos mejor adaptados desplazan a los menos adaptados mediante la acumulación lenta de cambios genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones.” El hombre occidental, en su afán ego centrista de convertirse en Dios, creó un hábitat artificial llamado sociedad, al que inevitablemente hemos de adaptarnos para sobrevivir. A la base de ese proceso le llaman “Educación”.

Empecé a odiar el colegio desde el primer día. Y es que lo que se enseña en los primeros años , y que a fin de cuentas es lo único que te queda al término del camino (me refiero específicamente a la alfabetización), resulta siendo un procedimiento tan sencillo que bien podríamos realizarlo desde la comodidad de nuestras casas. En mi caso aprendí a leer y escribir a los cinco años teniendo como maestros a mis padres, en un entorno muy divertido y para nada traumático, de modo que llegué a la escuela sin saber exactamente qué carajo hacía allí, en medio de 20 autómatas que repetían mecánicamente vocales y sílabas, con una profesora al borde del colapso nervioso porque las cosas no iban bien con los alumnos, gritando una y otra vez: ¡Todos son unos burros! y repartiendo varazos a diestra y siniestra. En ese contexto abrumador, se dio el pitazo inicial de un partido que habría de durar once largos años… era sencillamente insoportable. Decidí que la mejor forma de zafar de todo eso era saboteando la clase, y la profesora no tuvo más remedio que mandarme a segundo, para dejar de joderle la paciencia de una vez por todas.

El resto de la primaria fue un trámite más del mismo proceso: un desesperado intento por insertarnos al sistema, castrando de un tajo nuestra libertad de espíritu, tirando al suelo la creatividad, cortando cualquier indicio de espontaneidad (no, señor; aquí se hace lo que yo digo)... y es que cual dioses, los maestros quieren moldearnos a su imagen y semejanza, sin posibilidad de replicar... Individuos nacidos bajo el seno de inefables dictaduras y criados sobre la base cultural del patriarcado como sistema familiar, cuya subjetividad resuena en nuestros oídos en forma de órdenes, las mismas que hay que acatar más que por la razón, por la fuerza; ya en el camino empezamos a creernos, por temor a la palmeta, al lapicero rojo, las verdades engañosas que nos inculcan, y aprendemos de ellos sólo aquello que quieren que sepamos. Y para la secundaria la fiera está domada y con disposición a obedecer cuanta orden se le dé.

La Secundaria, la última raya del tigre de ese engaño que me negué a aceptar desde sus raíces, me la bebí de un sorbo y sin saborear su abominable sabor: Ahí estaba el profesor, explicando por enésima vez las fórmulas de aritmética que para entonces ya no me importaban un carajo… Ahí, el vejete, seudo profesor de historia, alabando a nuestros próceres fascistas, héroes de madera y caudillos mercenarios, intentando vendernos la leyenda de nuestra independencia, y sembrando en nosotros el germen de odio a los chilenos por una guerra, allá a fines del siglo XIX, que hoy me queda claro que fue pelea de ricos en la que nunca estuvimos representados… ahí la maestra de inglés, tratando de convencernos de que dicho idioma será nuestra tabla salvación en el futuro, para no ahogarnos en este mundo globalizado, o la de religión, diciéndonos más o menos lo mismo, con la diferencia de que la salvación que ella nos vendía era eterna. A fin de cuentas a Dios no le importaría si sabemos inglés o no… y ahí nosotros, intentando tragarnos todo eso sin conseguirlo.

Fui atraído por la literatura en la adolescencia, cuando empecé a ver el mundo más allá del discurso de los maestros; y de mi experiencia puedo deducir que sin su valioso aporte igual podemos aprender a leer y escribir… y a partir de ello podemos soñar libremente. Con esto no quiero decir que todos encuentren su vocación en el mundo de las letras y el arte; no. Pero cuando uno en la infancia sueña con ser médico, se imagina a sí mismo inventando la cura para el SIDA o salvando muchas vidas socorriendo heridos en un campo de batallas absurdas declaradas por los adultos, o empieza a tener delirios de abogado cuando decide que odia las injusticias y se promete a sí mismo luchar contra ellas. Pero la educación, que tendría que ser el proceso catalizador de esas potencialidades no lo es tal; lo único que quieren los maestros es someternos a sus leyes y a nuestra edad, lo que uno menos quiere es sujetarse a las leyes… En el camino dejamos de soñar y abrazamos una carrera profesional más como mecanismo de supervivencia que como reafirmación de nuestros ideales. La Universidad no hace sino reafirmarlo; un necesario organismo burocrático al que vamos con la consigna de sacar un título profesional que nos inserte al menor plazo en el sistema.

Recuerdo perfectamente que promediando el cuarto de secundaria, inventamos con los compañeros de clase un juego que consistía en sentarnos en la banca del patio, una vez culminado el recreo, a la voz de “el que se para es un maricón”. Entonces venía el auxiliar a cagarnos a palos, y nosotros nada de movernos… era una catarsis, un desquite para con la dictadura de los adultos… Hoy miro hacia atrás y resignado me doy cuenta que sólo fue eso: un juego... Y entonces me pregunto: ¿dónde mierda quedó nuestra rebeldía! Es simple: para muchos era una cuestión de machismo para impresionar a las chicas; para mí aquel juego siempre fue una reafirmación del espíritu... Es así que un día fui lanzado a la calle de ese infierno llamado escuela; y fue un alivio no tener que levantarme más a tan tempranas horas de la mañana, fue un alivio no volver a vestirme como el resto, fue un alivio no tener que soportar más a los maestros… fue un alivio empezar por fin a decidir por cuenta mía.

Educar es aburrirte demás con los números y fórmulas, hasta terminar por odiarlos y empezar a soñar con ser escritor o músico. Pero educar es también hacerte odiar las letras, y repetirte hasta el hartazgo que “En el Perú no hay futuro para los artistas”... y en el crepúsculo de la secundaria empezar a vislumbrar tu futuro como algo muy incierto.

Pero educar es también sacarle la mierda al chico, lo suficiente para hacerlo un “hombre de bien”… un hombre de bien que, sentado detrás de la ventanilla del BBVA atienda el pago de cheques a tipos como nosotros, que cobramos por escribir sobre sus miserias.


1 comentario:

Anónimo dijo...

educar es mentir efectivamente.