martes, 25 de septiembre de 2007

Catarsis

¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?



Por Abel Peralta Quiroz
Comentarios:
mr.ritchmond@hotmail.com


Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti,haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa o a tu novia o a tu novio o a tus padres o a cualquiera,no estás preparado.
Charles Bukowski




- ¿Así que quieres ser escritor?

Mi viejo bajó la mirada y hundió su mente en el vacío. Aquella mañana de enero del 2000 había llegado el momento largamente esperado desde aquel infausto día que por simple error de cálculos o piedad con mis desesperados padres, la directora del colegio les anunció que “los resultados del test de orientación vocacional reafirmaron nuestras impresiones: Abel será un exitoso abogado”; y ahí estábamos seis meses después, frente a frente, tratando de zanjar, de una maldita vez por todas, el asunto.

- O músico.

Siempre me llevé bien con mi padre, y hasta se podría decir que éramos amigos, aunque el concepto que mejor podría definir nuestra relación era la complicidad: En los últimos años solíamos juntarnos en su habitación para reírnos a mares, tras cada citación de los profesores a su persona por mi “mal comportamiento”; en mí confiaba para descargar los problemas económicos que afrontaba la familia y juntos le buscábamos la vuelta al asunto; pasábamos largas y muy agradables horas conversando de política y religión (él socialista y evangélico, rara combinación; yo sin política ni religión y sin intenciones de tenerlas). Pero sobre todo evocábamos hasta el llanto aquello que siempre fue tabú en nuestra familia: el triste episodio de la muerte de mi hermana Agustina.

- Entonces no irás a la universidad…

Ése era precisamente el problema: se suponía que éramos amigos, y yo no tenía derecho a clavarle ahora esa artera puñalada.

- Capaz que sí… solamente que ahora no se me ocurre qué carajo seguir.

Se tomó diez minutos, que pudieron ser horas, para masticar mi rebeldía y tragársela… y sólo cuando estuvo convencido de que nada iba a cambiar con sus palabras de viejo sabio, me soltó aquella sentencia que terminó por sellar, una vez más, un secreto entre nosotros:

- Está bien; pero prométeme que no le dirás ni una palabra de esto a tu madre y que, para no contrariarla, irás a la universidad… a estudiar lo que sea.

- Bueno.


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La relación con mi madre, por el contrario, desde siempre estuvo siempre marcada por la disputa y el conflicto, aunque nunca hice un drama por ello, e incluso, llegué a considerarlo tan normal y contradictorio como la naturaleza misma del ser humano, y descaradamente lo utilicé por muchos años como un arma a mi favor (que también es una sucia cualidad de los hombres). La acusaba de una supuesta preferencia por mi hermano mayor, que hoy estoy seguro que no fue sino un pretexto para acusarla de no quererme y, así, tener libertad de hacer lo que me viniera en gana… La verdad del asunto es que amparado en ese estigma supe pasar siempre por encima de su autoridad, teniendo al resto de la familia de mi lado. Años después, yo mismo terminé por creerme la infamia, y de verdad tuve problemas serios con mi madre.

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Aquel año, mientras ganaba tiempo evitando la presión de la familia y de cuanto allegado aún seguía esperanzado en mi futuro, y aduciendo la necesidad de un breve descanso, ingresé a trabajar como corrector ortográfico en un diario de reconocido prestigio (al que haría un irreparable daño mencionando), cuya experiencia me llevó a suscribir, palabra por palabra, cuanto había decidido en aquel enero inolvidable. Promediando el segundo semestre, mi padre tomó la decisión de llevarse a los suyos (que también son los míos) a vivir a provincia, dejándome embarcado en mi aventura, bajo la fachada de estudiante universitario. Es simple: quiso evitarle el sufrimiento a mi madre de ver naufragar en sus delirios de infancia al hijo que en el papel (y sólo en el papel) no quería. Por ello, meses atrás en medio de aquella confesión que hubo de cambiar el rumbo de mi vida, me hizo prometer que no le diría nada. Y así fue.
Me bastaron dos meses en las aulas universitarias para terminar de convencerme (por si algún resquicio de duda quedaba) que nunca iba a tener un futuro en el podrido mundo de las leyes: y es que yo nací para romperlas… apenas estuve seguro que a miles de kilómetros de distancia mi decisión no podría herir a nadie, renuncié a seguir con la farsa y me embarqué de lleno en mi proyecto primigenio: escribir. Pasaba los días en las bibliotecas y librerías (como me imaginaba que debía vivir un escritor) y las largas noches en vela, siempre cazando palabras, llenando hojas con versos inverosímiles, como en la secundaria solía hacerlo en horas de clase. En esas andaba cuando la frustrada publicación de mi primer poemario “Crónicas de Madrugada” hizo tambalear mis intenciones y replantear mi estrategia de cara al futuro: en aquel momento aún creía que la gloria de un hombre de letras estaba en ver su creación en forma de libro. No pudo ser… Y cuando empezaba a vislumbrar el panorama muy poco alentador, todavía resistiéndome a creer que todo estaba perdido y que el sueño largamente acariciado no iba a ser, llegó una muy prometedora aunque nada concreta posibilidad de intentarlo en Argentina; entonces hice mi maleta y me fui.
No fue fácil. Empecé a escribir en una mugrosa redacción ubicada en un monoblock del un destartalado edificio en el barrio bonaerense de Flores (y seguí haciéndolo ahí, aun en los años de vacas gordas, pues para entonces ya estaba harto acostumbrado a aquel sucio rincón del mundo, que en épocas de invierno dejaba entrar el frío por sus cinco costados y me volvió crónica la bronquitis de la infancia), para un tabloide anarquista llamado CAMBIOS y durante más de cuatro años pude mantener a flote una columna titulada Nihilismo, amén de un fugaz pero exitoso paso por la prestigiosa revista cultural CERDOS Y PECES.


Llegué a tierras argentinas con algunos resquicios de conservadurismo político y las sobras de moralidad que me habían dejado dos años de vivir al margen de la educación familiar, sin embargo, apenas me vi inmerso en esa jungla, donde respiraba libertad absoluta, me di cuenta que algo se había roto en mí: aquel idilio con la belleza literaria que en un momento amenazó con ser eterno daba paso a una vorágine de resentimiento y decepción con mi pasado, que se veía reflejado en grotescos y muy rústicos escritos, que sin embargo tenían algo que los hacía atractivos: así, casi sin proponérmelo (o haciéndolo inconscientemente), empecé a apuntarle a todo aquello que había representado la opresión desde siempre: maestros, héroes y religiosos fueron cayendo uno a uno bajo el influjo de mi pluma asesina, cobrando con sangre todo aquello cuanto fui obligado a callar en mi infancia. Pero hubo más: disparé, amparado en el contexto de libertad cultural, también contra la política y esa gerontocracia que, enquistada por siglos en el poder, ha sabido mantenerse legitimado por ese absurdo juego llamado democracia; todo esto sin reparar en lo más mínimo en la forma de expresión, pues para entonces mis manos se habían convertido en simples transcriptores de cuanto se iba acumulando día a día en mi atormentado cerebro. Los años auspiciosos se habían abierto paso, y ahí iba yo, al timón de mi propia nave, avivando el fuego de mis alucinaciones adolescentes, y entregado además a dos irrefrenables pasiones: el fútbol y el rock. Pero nunca un curso de redacción, nunca un taller literario… solo escribir por instinto. Y cuando por discrepancias con la línea editorial tuve que abandonar por la fuerza la revista CAMBIOS, me alié con unos amigos para armar un nuevo proyecto… y seguir escribiendo.



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Años mas tarde, recapitulando mi experiencia en un taller autogestionario de literatura, decepcioné al auditorio con mi pobre conocimiento teórico, pésima didáctica y flojísima metodología; en el colmo del descaro, y ante la pregunta de un incauto, que aún tenía sueños de literato en este vertiginoso y aplastante siglo, sobre cuál era el secreto para sobrevivir y ser exitoso en el mundo de las letras, respondí que no había secreto, que me propuse dedicarme al triste oficio de escribir el día que descubrí que no servía para hacer nada, y no me quedó más remedio que aferrarme a una tabla de salvación… que nunca estudié nada al respecto (ni pensaba hacerlo en el futuro), y que para remate ni siquiera era escritor… solo un advenedizo “escribidor” (que no es lo mismo) afortunado. Pero dije la verdad: no tuve ninguna fórmula, ni creo que la haya: uno escribe por inercia, siguiendo su propia dinámica, y si llegado el momento de la verdad te das cuenta que te falta calidad, ésta puede suplirse con una buena dosis de actitud. Dicho de otro modo, uno puede ser el mejor siendo el peor… y confesarlo cínicamente resulta elegante y atractivo a ojos de los lectores.


Aún recuerdo con una sonrisa en los labios, el día en que, tras conocer a mi ídolo de la adolescencia, caí en cuenta que había llegado al final del camino sin conocer la ruta: Ocurrió en el MELONIO, un bar subte en los suburbios de Buenos Aires, en donde celebrábamos el lanzamiento de la revista GRITO UNDER, un proyecto al que le habíamos dedicado nuestro mayor esfuerzo durante casi un año, y por el que había abandonado por enésima vez mis estudios universitarios, esta vez de Ciencias Sociales. En medio de la ceremonia se apareció Manuel Ricardo Espinosa, líder de la mítica banda punk FLEMA, ebrio hasta la coronilla como me lo había imaginado incontadas veces mientras oía incansablemente sus discos muchos años antes. Avanzó despacio entre las mesas, ante el asombro de los presentes, hasta detenerse enfrente mío, que ya argentinizado por la fuerza del cariño, sorbía (resoplando) mate en medio de la algarabía del grupo.


- Abel, Negro; hasta que por fin coincidimos. Gusto en conocerte…

- (Al borde del colapso) Qué va, el gusto es mío, Ricky.

- … está muy grosa tu columna, la leo siempre. Tenés una gran prosa.

- Muchas gracias… pero… ¿Qué mierda es prosa?

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó.

Hasta que la muñeca se te aflojó ¡EXCELENTE!

Pesimista, como siempre, pero con dosis de frescura y cinismo.

Saludos!

Gabriela.

Anónimo dijo...

GENIOOOOOOO! GENIOOOOOOOO!

DESTRUCTORRRRRRR!

Anónimo dijo...

Ese es tu estilo, amigo. Mordaz, Cínico, Sarcástico... Fue un gusto tenerte cerca nuestro. Aprendimos mucho de ti. Mucho, menos a escribir , como tu mismo te bardeas! ja ja ja.

Maxi

Y pronto volveremos con GRITO UNDER. LA ULTIMA PALABRA NO ESTA DICHA

Anónimo dijo...

sabes escribir, por eso nos az echo creer q te gusta...sige intemtamdolo amigo. ;)

Anónimo dijo...

Hola Abel: esta chvr tu blog, y demas esta decir que tu espacio tambien, me gusta lo que escribes porque transmite un mensaje, sino lo lees al pie d la letra claro. Me fascina leerte, asi que esperare impaciente la proxima. Muy bueno realmente

Besos,

Andrea Llanos G.

Anónimo dijo...

Policia sin chapa y sin uniforme
igual de boton
con un pase encima sos represivo
y sos dictador

siempre discriminando
te vas afuera o no pasas
yo te falto el respeto
porque me cago en tu autoridad

Pase por aqui... se corre la vo´ que escribes para este blog y si!

Porque Abel sos boton!

jajajaja!

AGUANTE NIHILISMO, LOKO

GENIAL TU ESCRITO, IGUAL KE AYER...

MAR-C-LO

Anónimo dijo...

La verdad una exelente redaccion y mejor aun la historia. Esa mezcla de fantasias con la realidad que la hacen atractiva. Muy contento que te valla bien despues de mucho que no hablabamos. Espero que tu libro se venda en la argentina.

Atte.

Damian.

Tu amigo argentino

Anónimo dijo...

muy bueno .. me gusto