domingo, 11 de mayo de 2008

El Viajero de la No Mente



EPISODIO I: CONVERSACIONES EN EL NO TIEMPO
(FINAL)













Por Fabrizio Davelouis Valega
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vmshiva@hotmail.com






Había llegado el momento de abandonar el cuerpo físico. Todos lo hacemos innumerables veces, la mujer también lo hizo, recuérdalo bien, debido a la impermanencia: no existe nada ni nadie que evite que escapes a esta ley cuando tienes un cuerpo físico.

La humildad de esta mujer– como te vuelvo a repetir – me marcó para bien y pude empezar a salirme poco a poco de esa inercia que nos arrastra a todos, sumergidos en la sed de la existencia, en el aferramiento al Yo.

Decidí emprender un camino de búsqueda, renuncié a mis actividades “divinas” y empecé a aprender de los humanos, de aquellos humanos iluminados. Me resultaba fácil acercarme a ellos e incluso entrar en su sabiduría, sin embargo casi siempre la sabiduría no entraba aún en mí.

Mis contemporáneos me aborrecían; no entendían cómo un ser de mi supuesta jerarquía podía intentar aprender algo de los seres humanos, sus formas de actuar me enseñaron a que también debía renunciar a mi inmenso ego, acuñado a lo largo de los siglos, si es que quería avanzar y no quedarme como ellos.

Busqué y busqué, reflexioné muchísimo, sufrí mucho al desprender de mí el falso Yo, así como hábitos y costumbres que no me resultarían útiles. Me esforcé muchísimo hasta amansar completamente a la mente y posteriormente alcanzar la ansiada y no ansiada iluminación, para finalmente liberarme de la inercia del ciclo de nacimientos y muertes de forma definitiva.

Así fue como empecé el camino que he culminado, y es así como debes empezar el tuyo.

En ese momento ella me dijo: “Renuncia a todo estando en el todo, sé desapegado inclusive de tus propios pensamientos porque ellos no son la voz del verdadero tú, observa tu mente y no afirmes más el Yo.

Después de darme esta enseñanza me miró vacía de apego pero muy dulcemente, con sus ojos grandes y grises, me brindó una sublime sonrisa y su rostro de suave color canela casi dorado empezó a emanar una débil luz al comienzo. La delgada túnica de seda de color lila que se deslizaba por su cuerpo, desde sus cabellos azabache hasta sus pequeños pies, empezó a irradiar también una débil luz blanca. En ese instante sus delicadas manos se juntaron y todo su ser irradiaba una luz blanca que brindaba una paz en la que no se sentía el fluir del tiempo, todo era calma en ese preciso momento que desapareció frente a mis ojos desvaneciéndose en el aire entre la niebla del lugar.

Podía sentir su amor hacia mí, infinito como el universo, pero libre de apego como el viento que fluye, esta sensación me reconfortaba muy por encima de saber que quizás no la volvería a ver en esta vida.

Me senté en un árbol sinuoso y utilicé mis pensamientos para reflexionar en lo que me había enseñado aquella que en alguna vida fue una diosa y ahora está libre de todo sufrimiento.

Si no soy yo ¿Entonces quien soy? – pensaba. Si mi nombre es Santiago y mi apellido es Sono, pero éste nombre y éste apellido no representan mi verdadero Yo, podría llamarme de infinitas maneras.

Vi la imagen de mi rostro reflejado sobre un charco de agua cerca de mis pies y me dije: este rostro tampoco soy yo, mi nombre tampoco soy yo; la noción de Yo que hasta ahora estoy convencido que soy tampoco soy yo.

Decidí entonces por reducción al absurdo descartar lo que no soy para llegar en algún momento a lo que soy.

Y mientras pensaba en estas cosas, caminaba sin deleitarme por el paisaje ensoñador del bosque brumoso, el olor de las plantas, el sonido de los insectos, el canto de aves desconocidas que volaban por el cielo del lugar, la energía de paz irradiada por los árboles milenarios delgados y muy altos.

Caminando llegué hasta las cascadas de un río que estaba cerca, observaba el agua cristalina deslizarse entre las piedras, sentí tanta paz en mi corazón y por un momento mi mente dejó de tener pensamientos; simplemente se quedó en silencio. En ese momento me sentí que formaba un solo cuerpo con todos los seres vivos de aquel bosque: con las aves del cielo, los cientos de árboles, los insectos, los animales, las flores, las plantas.

Me quedé en silencio profundo y la “no mente” empezaba a distinguirse muy a lo lejos del vacío de mi mente. En aquella perfecta armonía interna y externa me quedé sumergido, sintonizado mi universo emocional y mental con el universo exterior, me arrecosté sobre las hojas del suelo mirando el cielo y empecé a sentir el latido de la madre tierra, sentía cómo el planeta se deslizaba a través del infinito espacio, la separación entre mi cuerpo y el todo ya no se podía distinguir y esa sensación cada vez me producía más y más calma. Finalmente llegué a ya no sentir mi cuerpo físico, sentía que me elevaba hacia el cielo pero a la vez percibía a todo el planeta en mi corazón.

En el instante más profundo de la verdadera libertad, de ya no sentir este cuerpo pesado, en mi mente pensé: “Éste es el vacío de la mente”.

Inevitablemente caí y sentí el peso de mi cuerpo de carne y hueso, me di cuenta que estaba en mi cuarto, un poco agobiado por no haberme mantenido por más tiempo en el estado de no mente, pero me dije: “Está bien para un principiante como yo”.
















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