domingo, 13 de julio de 2008

Mundo de Palabras

EN BUSCA DE UN RECUERDO
(3ra Parte)









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com








El próximo destino era la cancha que se encontraba en la parte posterior del pabellón donde habíamos estado y que coincidía con la del colegio mismo. Allí hacíamos las dinámicas grupales.

Recién cuando bajábamos, mi niño recién despertado se fijó en las escaleras, en esa transición que tienen algunas antes de continuar ora hacia arriba, ora hacia abajo. Se formaba así una especie de balcón desde el cual se podía observar la cancha siempre vacía (seguramente así porque íbamos solo los domingos). Recuerdo haberme detenido en mi infancia más de una vez en dicha transición, tal vez para jugar o simplemente para ver el colegio desde otra perspectiva. Uno de los pabellones del colegio donde me toca votar en las elecciones tiene una estructura similar. Con razón y al subir al segundo piso, cierta curiosidad me levaba a reparar en ese balcón que daba a la espalda del pabellón. La explicación era que me remontaba a esta transición. La inconciencia a veces nos depara esos juegos.

Es extraño pero a pesar de que me parecía que todo en el lugar había cambiado, con la loza deportiva no había pasado lo mismo. Estaba exactamente igual, del mismo tamaño de antes. No lo había agigantado mi recuerdo infantil o el tiempo no lo había tocado. Era genial. Me recuerdo en uno de los extremos de la cancha, cerca del arco de ese lado, ansioso por saber a qué jugaríamos con la pelota que habían traído los catequistas. Los recuerdo dándonos las instrucciones para la dinámica. Me paré a propósito en el mismo sitio. Yo siempre callado, no porque realmente lo fuera sino porque era muy lento para agarrar confianza con los desconocidos. Al parecer mi actitud intrigaba a los otros niños, que luego se me acercaban a hacerme mil preguntas. Lejos de ayudar eso me aturdía más. Los niños se tornaban extraños; así como unos se acercaban a hablarme, otros me ignoraban por completo. No era como en el colegio. Debe ser porque sólo los veía una vez a la semana. Era como un comienzo eterno, sin lugar al conocimiento.
En esencia el lugar no había cambiado, las paredes estertores de los salones, esa parte desierta entre ellos y la cancha, que recién reparaba era una pequeña pista de atletismo. Siempre me pareció aburrida, sólo retrasaba la diversión que significaba arribar a la loza y luego alargaba nuestro cansancio a la hora de volver al aula.

Hubiera querido quedarme a jugar cualquier cosa, pero no había con qué. Tuvimos que irnos.

Le conté todas estas cosas a mi huésped. La jornada del recuerdo había formalmente acabado. Ahora volvía más o menos a la realidad. El me contó que había venido a ver su hermanito, que ensayaba una danza seguramente para una actuación cercana. De repente pensé en el futuro de este colegio. Seguro tendría para muchos años más, aunque me parecía algo antiguo, quizás tanto como el colegio Guadalupe de Lima, pues aun conservaba silos en vez de baños modernos. Nos sentamos a conversar un rato. En mi caso quería terminar de asumir lentamente el hecho de haber llegado al lugar de mi memoria. Luego de que llegó su hermano, salimos por fin del colegio. ¿Lo volvería a ver?¿Regresaría alguna vez?

Alcides Espelucín se llamaba. Había tomado el nombre de uno de los amigos de César Vallejo, quien era mi referente poético y humano. “¿Por qué tuvo que llamarse de este modo?” me pregunté, aunque ya nada me parecía extraño aquel día. Me pregunto si sabia jugar play. Imaginé adónde quería llegar. A mí me habían dejado de gustar los videojuegos desde que comencé a prepararme para la universidad. De adolescente, sin embargo, me fascinaban sobre todo los de lucha. Nunca fui un buen jugador. No me sabía casi ningún truco. Debe ser por eso que me fue fácil olvidar todo aquel entretenimiento sin sentido. Pensé, no obstante, que lo menos que podía hacer por Christian era aceptar su propuesta. Le dije “Claro, vamos… aunque sea un rato”. Recordé que sólo hacía una semana había jugado soccer con mis amigos, sólo por complacerlos. Supuse que esta vez lo haría mejor y que Christian no se burlaría tanto del dubitar de mis dedos con los botones y mi mente totalmente desconectada del propósito del juego: ganar.

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