miércoles, 30 de julio de 2008

Mundo de Palabras

EN BUSCA DE UN RECUERDO
(5ta Parte)









Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com









Lo que más recordaba era una imagen de Cristo pero no en una pared sino dentro de un cajón transparente, muy probablemente de vidrio. La disposición de la misma hacía referencia a un momento posterior a la crucifixión porque Jesús estaba desnudo, lleno de sangre y con una corona de espinas (que se supone no debía llevar pero que aumentaba el dramatismo de la escena). Recuerdo también haberle cantado a Cristo aquellas canciones simples pero armoniosas de alabanza. En realidad siempre me atrajo el canto, por eso disfrutaba sobre manera aquel momento de la misa. De ella sobre todo recuerdo la solemnidad y la aparente paz de la que estaban pintados los asistentes. Debe ser porque fuera de la iglesia nada de eso era cierto; al otro lado de ella, la gente es vil y no respeta nada ni a nadie. Yo siempre admiré, por mi parte, el respeto y la tranquilidad que había en aquel lugar a pesar de que fuera consecuencia evidente de la obligación. Me hubiera gustado que la gente conservaran esa misma paz en todo momento.

La puerta estaba cerrada. No pude confirmar qué tan pequeña se había vuelto o qué tan deformado estaba su recuerdo. Aproveché para mirar desde allí mi alrededor. Reconocí la tienda casi en frente de la iglesia donde era el lugar opcional de nosotros los infantes cuando llegábamos muy temprano o luego de la misa no se resolvía en qué momento ir al colegio a recibir las clases de catequesis. Algunos de mis compañeros vivían por el lugar, muchos se conocían entre sí y otros como yo, vivían lejos. Eso hacía que la confianza entre nosotros fuera ínfima y la distancia emocional holgada.

Creí que la jornada había acabado con esta remembranza. No fue así. Decidí contemplar el lugar desde más de una perspectiva para así saciar mi apetito de añoranza. En este trance me pongo a leer unos afiches pasados en un portón contiguo a la iglesia, con el fin de buscar en ella la fecha más antigua. Estaban ilegibles. En cambio logré darme cuenta que el portón era el de un colegio. Me vino entonces instantáneamente la imagen del lugar donde se había efectuado la ceremonia de la primera comunión, donde recibí la hostia y me vestí de pantalón azul, camisa blanca y corbata también azul. Allí había sido. Sabía que no era en la iglesia ni en el colegio que acababa de visitar, tampoco recordaba que estuviera al lado de la iglesia; sin embrago así era.

Aún conservo algunas fotos de la ceremonia, donde figuran además de mi familia, un compañero de ese entonces (por cierto más callado que yo, o quizás más indiferente), una catequista de otro grupo, de la cual no tengo ninguna imagen mental pero sé que existió, y el Padre al cual casi le muerdo la mano a la hora de recibir la hostia, a causa de mi habitual nerviosismo multiplicado por lo nuevo y mediático de la circunstancia. Pienso que para nadie es extraño el hecho de que los ridículos por los que hemos pasado en nuestras vidas sean sellos particulares de nuestras etapas más importantes.

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