miércoles, 16 de abril de 2008

Catarsis

MI ENCUENTRO CON CROMWELL GALVEZ









Por Freddy Suàrez
Invitado






Romina me ha pedido que nos encontremos el viernes en un restaurante muy cerca del ovalo de Miraflores. Conozco el lugar y no me agrada mucho la idea. Es uno de esos espacios impersonales llamados Fast food. Algo así como el Olimpo de la grasa. Semillero de niños gordos con vientres maternales, que son previamente seducidos por la sonrisa bufa de un payaso.

Pero cavilo un instante y decido ir. Hace mucho que no me inflijo una soberana patada al hígado. Es hora de una orgía culinaria. Total, una vez al año no hace daño. Por ello no opongo resistencia y sucumbo complacido ante su propuesta. Además, ¿Cómo podría decirle no a esos inmensos ojos café? No hay forma. Sí, sí me parece genial, le digo. Miento. En el fondo lo único que me importa es acompañarla, estar a su lado y charlar un poco. Por cierto, Romina no es más que una amiga, pero está más buena que el pan. Como bien dicen algunos eximios de la arrechura: los hombres no tienen amigas. Es cierto y pongo mi firma, con ella al lado me siento como un delantero que sueña -afanosamente- con el gol.

Además, este último mes he llevado una vida ascética, cual monje Tibetano. Aunque involuntaria, por cierto. Perdí mi celular y descubrí lo obvio: un mensaje de texto, una timbrada misia, un llamadita al paso, pueden ser los detonantes para terminar doblando el codo en algún cotarro. Estas semanas no he fumado, no he bebido e incluso salí a correr algunos días. Y es que algunas cosas suelen ir de la mano. Los amigos son a la cerveza, lo que los neoliberales al libre mercado.

Pero retomemos. La cita se concreta. Extrañamente no hay mucha gente alrededor. Estamos batallando con un par de inmensas hamburguesas mientras conversamos de todo y nada.

En un rincón a lo lejos, me parece ver un rostro familiar. Aguzo la mirada con la cabeza hacia delante, afilando la memoria.

- ¿Por qué miras tanto hacia allá?, ¿Te has comido la lengua al morder tu hamburguesa?, me interrumpe divertida Romina.

- …no, no…lo que pasa… ¿tú conoces al tipo ese que está sentado allá, junto a la ventana? El tipo que está de terno gris acompañado de una mujer muy guapa.

- No. quién será, ¿por qué? -me responde la muy blasfema.

Tomando un poco de aire agrego-: “Ése señor es Cromwell Galvez, pues mi estimada. Cultura general, por Dios”. ¡El perro ese que se acostaba con las vedettes! Pues sí, ahora que lo mencionas sí, sí él es. ¿Y?, agrega desafiante. Nada, que quiero ir a saludarlo y estrecharle la mano solo por joda. Me quemo.

- ¡¡¡ ¿Qué?!!! Es-tre-char-le la ma-no. Silabea con indignación Romina. Y sé que no hay vuelta atrás.

No replico más. No entendería, supongo. Cómo explicarle que quiero estrechar la mano de aquel tipo que ha palpado tanta nalga maravillosa. A menudo escucho decir que los hombres no son atentos con las mujeres, ¡quién mejor que Cromwell para desmentir aquello! A él le importaban todas.

Además, sigo con mi reflexión de vodevil, cómo decirle que no cualquiera gasta todo su dinero en sexo. Eso implica un alto grado de convicción y pureza. Pureza cacheril, claro. Y como si fuera poco ¡convidó a los amigos! Ese es el ex funcionario del Banco Continental, un tipo desprendido. Amante de pasarla bien en sociedad. Prototipo del hombre nuevo. Socialista empírico.

Mi amiga ya no me dice nada. Sabe que soy muy necio a la hora de discutir. También sabe que ella me gusta mucho. Y por su mirada sospecho que está pensando algo. Yo, mientras tanto estoy buscando el momento oportuno para acercarme a Cromwell. Quiero hacerlo cuando se encuentre solo, pues no quisiera indisponerlo frente a aquella guapa mujer que no tiene pinta canina. Aunque eso no es garantía, vamos.

Se presenta la oportunidad.

En cuestión de segundos la chica se para y se va a los servicios. Mi amiga clava sus ojos en los míos, como advirtiéndome. No se atreve a decirme más. Desvío la mirada. Miro a Cromwell. Ella me mira. La miro. Y, ella, mira a Cromwell. En el fondo le incomoda que pueda admirar a un tipo de esa calidad moral; lo cual, supongo, me descalifica como paradigma de enamorado. Total, mujeres hay muchas. Pero como el cholo Cromwell solo uno, ¿no?, me doy ánimos y lanzo los cubiletes.

Camino con denuedo a la mesa junto a la ventana pese a no tener una sola idea de lo que voy a decir.

- Cómo va, maestro –irrumpo, ya resuelto-, disculpe que le incomode pero solo quería saludarlo y estrecharle mano.

Me mira algo desconfiado, luego se repone y esboza su sonrisa de nerd.

- Bueno, gracias por lo de maestro. ¿Con quién tengo el gusto?-me pregunta a la vez que me tiende la mano.

- Me llamo Freddy Suarez. Y soy alguien que seguramente escribirá sobre este breve diálogo. Ese soy yo. Bueno, no lo molesto más y la mayor de las suertes. Le hago una venia llevándome la mano hacia la cabeza.

Me ofrecerme la mano por segunda vez y agrega:

- Gracias, y para ti también mucha suerte…oye, y por cierto ¿para quién vas a escribir?...

- Pues para los amigos, por el momento…

No quise pedirle su correo, así que garabateé el mío y puse debajo mi número de teléfono (fijo) y amagué con una broma:

- Cualquier cosa cuente conmigo, maestro.

- Así será.

No me dice más, pero me basta. Creo que le agradó mi franqueza, mi brevedad y también el haberme acercado cuando estaba solo. Y quién sabe, tal vez, íntimamente me lo agradeció.
Ese fue mi breve encuentro con Cromwell Galvez. No es una gran historia, pero es. El mismo tipo que corría embelesado detrás de las carnosas vedettes, como un niño corriendo ante su regalo de navidad. Impaciente, incansable, entusiasta. Claro, con la “leve” diferencia que para Cromwell todos los días eran navidad. El mismo tipo que se alucinaba un pequeño Rocco Siffredi consagrado: actor y director de sus videos. El tipo que todo hombre quisiera por amigo, con miles de suculentas anécdotas de su férula candente.

El mismo que estuvo dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de una vida intensa, como dice Choro plantado en Los Inocentes de Reynoso. En fin. Cromwell es producto peruano de exportación.

Colofón

Volteo la mirada y encuentro la mesa vacía. Romina se ha ido. ¡Que chucha!, pienso mientras me siento a devorar mi hamburguesa y la que ella dejó a medias. Gané de todas formas.

Por cierto, desde aquella vez estoy siempre presto a contestar el teléfono de casa y cada vez que estoy fuera, pienso:

¡Putamadre…no debí perder mi celular!
.







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