martes, 29 de abril de 2008

Catarsis

YO ODIO A ELENA
(Adelanto de “Crónicas Crónicas”, mi próxima publicación)










Por Abel Peralta Quiroz
Comentarios:
mr.ritchmond@hotmail.com






I

Estoy en una fría celda, preso por un delito que desconozco. Es viernes, y como todos los viernes ha venido a visitarme papá. Sólo él viene a verme, pues desde que he caído en desgracia, mi familia decidió acertadamente darme la espalda. Pero hoy mi padre no es el anciano apacible que encontré hace unos meses cuando lo visité en su casa de Cajamarca. No. Es el hombre joven y apuesto de las fotos del recuerdo. No hablamos mucho, sólo nos miramos con tristeza, evocando un pasado que no volveremos a vivir. Entiendo que está decepcionado de mí; le hubiera gustado tener un hijo profesional y exitoso. Pero no puedo juzgarlo, pues yo también hubiera querido tener un padre profesional y exitoso. Antes de irse me da un beso, como lo hacía al volver del trabajo, en mi ya lejana infancia. Camina luego unos pasos por el largo corredor y voltea para decirme lo mismo de siempre, en tono de reproche: “Eso te pasa por dejar tus cosas tiradas por ahí”.

Abrí los ojos, asustado por aquel extraño sueño que me atormenta desde hace dos semanas. Enciendo un cigarrillo en la oscuridad de mi habitación, viendo ascender una delgada columna de humo que termina por colmar toda la pieza de un desagradable aroma. Pienso si es que acaso mi recurrente sueño no es una premonición de una desgracia muy próxima. Acaso sea verdad que en mi largo peregrinaje hacia la nada he dejado algunas pistas que un día pudieran volverse contra mí…



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II

Siempre quise ser escritor y aún hoy mantengo la firme convicción de que no hay nada en el mundo que pueda hacer menos mal que escribir. Tal vez por esa razón escribo estas crónicas absurdas, intentando el éxito por el camino más corto. Empecé haciendo poesía en el crepúsculo de mi adolescencia y cuando cursaba el segundo ciclo en la facultad tenía ya una prolífica producción acumulada. Por eso ni siquiera dudé cuando un buen amigo presentó los borradores al grupo editorial de mi Alma Mater.

La vida me dio una nueva oportunidad y yo, desgraciado, me encargué de desaprovecharla. En una decisión inesperada del comité, la Editorial San Marcos rechazó el boceto de “Crónicas de madrugada”, un amasijo de versos con tintes políticos, por considerarlo políticamente (valga la redundancia) incorrecto (el anarquismo irracional siempre jugó a favor del sistema, pero no me perdonaron las injurias a la iglesia católica). Me negué a aceptar la decisión y, odiando a todos, me fui del país dispuesto a no regresar hasta no convertirme en escritor. En un lapso de dos años fui publicando los poemas desdeñados, uno tras otro, en una revista cultural de Buenos Aires. Y no me detuve hasta verlos juntos y revueltos en el primer capítulo de una publicación cuyo nombre en la actualidad me avergüenza hasta sonrojarme: “Versos del 77”. Nunca supe a ciencia cierta cuántos ejemplares se vendieron (si es que se vendieron), pero aquel vademécum de 120 páginas me generó un generoso dinero por concepto de regalías, las cuales la editorial me fue pagando de a pocos hasta por dos años, y que en momentos de crisis extrema me ayudaron a apagar mis incendios financieros.

Siempre creí que fue un grave error publicar “Versos del 77”, y nunca dudé que únicamente lo hice para demostrarle a la Editorial San Marcos que mi producción no era tan mala como “La Noche del Murciélago” de Óscar Araujo León, un libro de cuentos que sí publicaron y que siempre he creído (y afirmado abiertamente) es el peor libro que existe, y su autor el peor escritor del mundo. Pero aún había tiempo de reparar. Por eso a mi regreso lo oculté a mis amigos y enemigos, y sólo lo mencioné en casos extremos, hablando de él como un éxito arrollador. Volví a Perú para completar un ciclo más en la facultad y el tiempo se encargó de hacer el resto.


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III

Elena fue mi editora por años pero nunca lo supo. A ella consultaba mis delirantes proyectos literarios antes de decidirme a ejecutarlos y le daba a leer mis escritos antes de mandarlos al director de la revista con la que he seguido colaborando. Fue ella quien después de leer “Nihilismo” se propuso cuidarme, creyendo que había quemado fusibles, y que de verdad quería suicidarme. Era setiembre del 2006: el largo idilio con Elena estaba en su mejor momento y amenazaba con hacerse indefinido. Entonces pensé que tras dos años había superado la vergüenza por mis propias miserias y decidí mostrarle mi vergonzosa publicación, cuando la razón me sugería esperar un poco más. Ella le tomó una especial atención durante dos semanas y según me dijo, no estaba mal. Alentado por su crítica piadosa (en aquel entonces le creía absolutamente todo) acepté que lo divulgara en su entorno más cercano. La percepción fue la misma: No estaba mal. Y entonces volví a tropezar con la misma piedra que ya me venía echando al duro suelo en dos ocasiones, y cometí el (quizá) más grosero error que pude desde que tengo uso de razón: regalar la primera maqueta del poemario a su hermana Doris.

Y el tiempo no te perdona una. Desde que abracé al socialismo como tabla de salvación ante un mundo que cada día es más aborrecible, empecé a despreciar a mi ya vieja publicación, por contener en sí ideas que hoy me parecen repudiables. No podía ya detener el tiraje y se habían vendido un número indefinido de ejemplares, pero en mis ahora esporádicas visitas a Buenos Aires, no desaprovechaba la oportunidad de visitar algunas librerías y comprar los pocos que quedaban, para incinerarlos luego en la soledad de mi habitación, y prender en sus llamas sendos cigarrillos de tabaco negro, que son mi delirio. Mi inesperado giro ideológico coincidió en el tiempo con el distanciamiento definitivo de Elena, porque en la vida no existen contratos definitivos y hay que saber aceptar los crueles designios del destino. Entonces aquel único ejemplar cuya ubicación conocía, pero estaba fuera de mi alcance y que un día dio pie a una hasta hoy duradera amistad con Doris, se fue convirtiendo en una piedra en el zapato, para mis ya madurados delirios de escritor.

Elena cree que voy a visitar a Doris como una excusa para mantenerme cerca de ella (Elena) y estar informado de cuanto acontece en su vida, por eso le ha prohibido que la mencionemos en nuestras charlas. Doris cree que voy a visitarla porque le tengo un especial afecto a pesar de mi distanciamiento irreconciliable con su hermana mayor. Yo creo que ninguna de las dos tiene razón, pues desde mi último regreso a Perú sólo tengo en mente robar la maqueta de mi vergonzosa publicación para salvar mi vida del infierno. Por eso no rechacé la invitación que me hizo para visitarla aquel sábado 30 de setiembre.

La primera vez que fui a su casa había visto mi poemario en un estante de su habitación, junto a algunos títulos demasiado relamidos para mi gusto (“Verónika decide morir” y “El Alquimista de Coelho”, “Juventud en Éxtasis” y otros más de Carlos Cuahutémoc) y algunos ejemplares de derecho penal, de esos que sólo sirven para adornar nuestras bibliotecas, de modo que ya tenía una idea de dónde encontrarlo. Planifiqué por semanas el golpe con tal minuciosidad que quien me hubiera visto entonces habría pensado que me alistaba para el asalto un banco. Mis antecedentes no eran alentadores: la única vez que intenté algo similar, fue más de diez años atrás con un compañero de clases: tratamos de robar una enciclopedia de la oficina del director, pero fuimos descubiertos y expulsados una semana del colegio (que por supuesto no constituyó para mí un castigo y de buena gana hubiera querido seguir robando). El día llegó, como suele ocurrir en estos casos, más pronto de lo esperado. La noche empezaba a caer, cuando sólo hacía un momento había visto el alba… Repasé mentalmente el plan mientras me bañaba. Cené apresuradamente huevos revueltos y arroz blanco. Luego tomé el bus hasta Puente Piedra. César, su novio de siempre y gran amigo, me recibió efusivamente en el paradero.

Doris fue por un refresco a la cocina. Era el momento. Me acerqué al viejo anaquel donde un día había visto que estaba. Seguía ahí, aunque un poco más a la derecha, siempre en medio de tanto título que nunca en mi vida podría leer por voluntad propia. Lo acaricié muy levemente, sintiéndolo más mío que nunca. Era mío y nadie podía impedirlo Miré hacia atrás: Diego y César conversaban distraídos. En el equipo sonaba “Metamorfosis adolescente” de Flema. Alcé la mano temblorosa y lo cogí. Iba a ser mío. Abrí mi mochila, cuidando de no hacer ruido. Mío. Doris se acercó por detrás y se encargó de hacerme trizas las ilusiones con su voz chillona:

- Es mi preferido. Lo leo siempre.

La rabia me invadió hasta rebalsarme. Volteé hacia ella, que ahora sujetaba en sus manos mi anhelado tesoro. Ofuscado di por concluida mi visita dispuesto a no regresar nunca más.

- Un gusto niña, nos vemos cuando tengas cincuenta años…


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IV

Estoy en Lima nuevamente. He vuelto para intentar de salvar “Teoría Social III”, y de ese modo matricularme en un nuevo ciclo en esa facultad que cada día me importa menos. Tal vez sea mejor desaprobar por tercera vez la materia y dar por concluida mi aventura universitaria. Hoy más que nunca estoy convencido que nunca terminaré la carrera. Fui a hablar con el profesor para pedirle que me incluya en la lista de alumnos aptos para rendir el sustitutorio. Llegué a su oficina con casi una hora de retraso. Supongo que eso lo ha enervado tanto porque mirándome a los ojos me ha dicho “Lo siento, no puedo aprobarte. No sirves para investigador”. Soy consciente que es el fin, por eso no he querido guardarme lo que siempre he pensado de él, desde que apareció de pronto en el aula para dictarnos la primera parte del curso: “Tu tampoco sirves para profesor”. Volví a casa aliviado.


Por la tarde recibí la llamada de Doris, invitándome al primer cumpleaños de Fabrizio, su primogénito. “Tal vez sea la oportunidad que necesito para hacerme por la fuerza de mi propio libro”, pensé. Vacilé un poco antes de responder… Pero Doris se me adelantó. Con una sonrisa pícara me ha dicho:

- Pero no vas a robarte el poemario porque ya lo tengo a buen recaudo.

Fue así que decidí pasármela tendido en mi cama, leyendo El Bestiario de Cortázar, fumando cigarrillos negros y tomando Coca-Cola, sin contestar el teléfono que no ha parado de sonar en toda la noche. Ahora más que nunca estoy convencido que no podré ser un buen escritor porque la sombra de ese poemario me va a perseguir por siempre.

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V

Hoy hablé con Gabriel, un viejo colega, amigo entrañable y cómplice de farras. Le he planteado el asunto, y hemos convenido que tener aquel manifiesto anarquista suelto en plaza es un peligro latente para mi futuro. “Debes recuperarlo, aunque tengas que matarla” me ha dicho muy serio. Me he quedado desconcertado. Sé que Doris me tiene en sus manos (ignoro si es consciente de ello, aunque debo suponer que sí) y nada de lo que haga podrá cambiar mi suerte. Si en verdad pudiera matarla, sin terminar preso en la fría celda de mis pesadillas, ignorado por mi familia, y con sólo la visita de los viernes de mi padre. Enciendo un cigarrillo en la oscuridad de mi habitación, y aspiro muy fuertemente, viendo consumirse muy rápido el negro tabaco boliviano, que Lourdes me envía religiosamente la quincena de cada mes. Trato de despejar la mente. No puedo. Pienso en el día que por una debilidad con Elena, le regalé a su hermana un bodrio que nunca debí escribir, y mucho menos publicar.

Por eso odio a Elena.


Cajamarca 26 de Abril del 2008






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estaba bacan o piola al comienzo pero no me vacilo la conclusion final, matarla por un puto libro bueno si tanto le interesa pues Doris ya deberia estar con SAN PEDRO, esa es la parte monse por que parece ficcion hasta que piensas que la vas a matar ahi ya se me hace un comentario de periodico. Pero los primeros capitulos estuvieron cheveres, pero hasta ahi noma. elMORO.

Anónimo dijo...

YO CREO QUE NO SE DEBEN HACERCOMENTARIOS SOBRE LOS PERSONAJES, TRATANDO DE VINCULAR A SU AUTOR CON ELLOS PORQ SE PIERDE L ENCANTO DE LA HISTOIRA.ADEMAS SON SOLO ESO,CUETNOS.POR ESO ME PARECE QU EL COMENTARIO ANTERIOR NO TIENE RAZON.
A MI ME GUSTO


XIME TOSSOLINI