martes, 29 de abril de 2008

Ostracismo

LA TRAMPA DE DIOS








Por Oscar Perlado Rodríguez
Comentarios: shagyetc@hotmail.com











La trampa de Dios hace referencia a los elementos que el creador puso en todos los seres para que realicen voluntaria o involuntariamente su designio. Ejemplos de esto podrían ser la simbiosis y la función biológica de los instintos. No obstante en este artículo tomaré un ejemplo más claro y contundente. Hablaré del pez y el agua. Haciendo una abstracción, afirmaré que las branquias son la trampa que Dios puso en los peces. No estoy hablando de la condición que obliga al pez a estar en el agua, sino de la imposibilidad que tiene de estar fuera de ella, ya que también otros animales sin branquias pueden permanecer sumergidos por mucho tiempo. El pez no pidió las branquias, así como el hombre no pidió el instinto. Sin embargo este elemento se convierte en su límite y a la vez, en el eje de su vida. Imaginemos la vida de un pez desde un punto de vista subjetivo. Diríamos que el pez se limitó a pasar sus días en el agua e ignorar lo que había fuera de ella. A pesar de esto seguramente, su vida no fue incompleta, ni mucho menos aburrida, en ese otro mundo que es el mar, lleno de lugares que nunca visitó, de alimentos que jamás probó, de luchas que no llevó a cabo, etc. Por tanto, si el pez no amara el agua, estaría equivocado, pues en ella se encuentran su sentido y su destino. Pero ¿un pez es capaz de amar? Por supuesto que no. En cambio el hombre, sí, en tanto tiene conciencia. Lo que quiero decir es que el amor es solo un símbolo, el resultado de la comprensión de la realidad por parte de la conciencia. Interpretación que, a mi parecer, es la más acertada en cuanto acepta la existencia de una realidad caótica indesligable al hombre sin tratar de definirla. En realidad es el hombre quien decide si ama la vida o no. El símbolo no es en consecuencia, una aberración ni una perversión, tampoco es algo contingente. Es la característica propia de un ser cuya naturaleza se divide en dos: el cuerpo y la conciencia. La conciencia está condenada a comprender al cuerpo, mientras éste la arrastra hacia lo desconocido . Estas dos partes sólo son separables en la abstracción. Si no estuvieran en constante interacción no existiría el símbolo ( en nuestro caso ,el amor). En conclusión, el amor es más que una palabra cursi e imprecisa. Es la aceptación, por parte de la conciencia, de la función biológica de su ser. El hombre que no llegue a esta aceptación es como un pez que se salió del agua por no asumir el límite que le imponen sus branquias y no admitir que cayó en la trampa que le puso Dios para mantenerlo dentro de su designio (que por lo ya dicho, no parece tan malo). Aquel hombre quiere negar que indiscutiblemente tiene branquias y que sin agua no puede vivir. Y lo único que obtendrá es sufrimiento. Hay quienes sin pensarlo a fondo, deciden olvidarse que existen los demás y buscan sólo su bienestar (como si en verdad supieran lo que les conviene). En las pesadillas de estos hombres alguien sin rostro les arranca los pulmones en vez de quitarles el aire. Ellos gimen e imploran, no tanto por el dolor causado, sino porque en el fondo les gusta ser hombres. Aman la vida y no saben que la vida es una propiedad que pueden usar pero que no les pertenece. Empero, se rehúsan a querer; mejor dicho, el espejo de su conciencia no ha logrado reflejarles aún el verdadero rostro de su instinto (de ilimitado límite). En resumen, por no caer en la trampa de Dios, mueren asfixiados.

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